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La conciencia ética como diálogo: el sentido de las profesiones

Ethical awareness and dialogue: the meaning of the professions

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de la conferencia dictada durante el XLVII Congreso Capítulo Chileno American College of Surgeons Santiago, 21 - 24 de mayo de 2003, en el Simposio Ejercicio Profesional-Humanidad y Globalización
Coordinador: Dr. Raúl Correa Velasco, FACS, Presidente Capítulo Chileno American College of Surgeons.

Quiero referirme a nuestra vida profesional. Esta exposición consta de tres partes; en la primera quiero reflexionar sobre lo que son las profesiones modernas en la actualidad y en nuestro país en particular; en segundo lugar, hablar de los desafíos actuales y, por último, de los conflictos nos afectan.

Definición de profesión
Es sorprendente lo modernas que son las profesiones actuales; antes del siglo XIX no se encuentra nada similar. Hay una demanda social que exige cierto grado de experiencia, pericia; no es lo mismo tener necesidades ni tener deseos, porque las demandas son necesidades o deseos por los cuales la gente está dispuesta a pagar, ya sea en tiempo, prestigio o dinero; por lo tanto, una profesión es una respuesta institucionalizada a una demanda social. Yo provengo de un área limítrofe. Por ejemplo, los psicoterapeutas decimos en forma habitual que la psicoterapia es muy importante, que sin psicoterapia las personas podrían padecer grandes males, y la respuesta más simple a la pregunta de qué pasaría si todos los psicoterapeutas de la ciudad de Santiago desaparecieran, sería: probablemente nada.

Este método eliminatorio ilustra muchas veces y nos trae un poco de sobriedad a cuán necesarias son nuestras profesiones. Las profesiones nacen y mueren diariamente, de acuerdo con las demandas sociales y el prestigio de los mercados de éstas. Si mañana la Universidad de Harvard decidiera crear la cátedra de astrología, empezaríamos a pensar que ésta es una disciplina importante y necesaria, que nuestro país estaría atrasado porque no tenemos la astrología de Harvard. Menciono esto porque tenemos una variedad de profesiones, las profesiones no son grupos de personas unitarios.

Características de las profesiones modernas

Núcleo de conocimiento compartido
Las profesiones constituyen un núcleo de conocimiento formal compartido. Por ejemplo, es probable que la vecina pueda diagnosticar una apendicitis aguda tan bien como el más experto de los profesores de cirugía, pero la vecina puede equivocarse. Por tanto, un profesional administra el conocimiento en condiciones de incertidumbre y esta es la principal ventaja sobre el conocimiento informal.

El conocimiento no es sólo información; sabemos que diez minutos en Internet dejan a cualquier persona más familiarizada que muchas otras con respecto a un tema determinado. El conocimiento es información organizada, articulada, con arquitectura para algún interés social; éste puede ser utilitario, estético, terapéutico, económico, pero siempre existe un interés detrás de la información que se organiza y se convierte en conocimiento. Los profesionales administran conocimientos, no informaciones, por eso se justifica que existan instituciones culturales como las universidades, que crean, preservan y transmiten conocimientos, porque la información que aprendimos desde la escolaridad primaria hasta la cuaternaria, en la actualidad, es inútil o está obsoleta, pero la arquitectura que se le dio a esa información es lo que importa.

Formación de asociaciones
Saber es participar. Uno sabe cuando participa de una tradición de preguntas, cuando se inserta en una tradición de problemas, cuando otros reconocen que uno sabe que sabe. Ese saber participar hace del conocimiento formal la base de la segunda característica de las profesiones modernas: la de formar cuerpos o corporaciones que defienden sus intereses. Las profesiones modernas se organizan y convierten en poder el saber. “El conocimiento es poder” decía Bacon, en un sentido muy distinto del que entendemos hoy; en la actualidad, el poder es conocimiento también.“El conocimiento es poder”, pero ese poder no es nada mientras no se convierte en autoridad legítima; por eso, una tarea importante de los grupos profesionales es que mediante su presencia pública puedan convertir el poder del saber en autoridad legitimada por ley.

La profesión médica es, tal vez, ejemplar en ese sentido, pues ha sabido mantener la membrana que separa expertos de no expertos. La ley impide que cualquier persona que no tenga el conocimiento necesario ejerza tareas y acciones que son propias de la profesión; por tanto, esta posibilidad de formar corporaciones que puedan defender el conocimiento como una propiedad importante es tarea de las profesiones modernas, al punto que se distingue una profesión que ha nacido y se segrega de otras, porque puede establecer esta membrana, esa separación entre los que están adentro y los que no.

Código de conducta
La tercera característica es que, además de la estructura corporativa, hay un código de conducta, denominado código de ética. Los códigos de ética médica, desde Hipócrates, pasando por muchos otros, siempre contienen dos grandes capítulos. El primero se refiere al comportamiento con los pares de la asociación profesional: por ejemplo, no hablar mal de los colegas, pagar las cuotas de la entidad profesional, etcétera. El otro es la ética, la relación que existe entre los de adentro y los de afuera. La ética es a la moral lo que la musicología es a la música, es decir, un procedimiento para proponer, fundamentar y aplicar normas de conducta que distinguen lo que se permite de lo que no.

El conocimiento formal, la formación de corporaciones, defendida celosamente a fuerza de operar sobre los mecanismos del estado para convertir el poder del saber en autoridad legítima, y el código de ética distinguen a un profesional de alguien que no lo es. Cualquier persona puede adquirir conocimiento especializado; el mecánico realiza un trabajo complejo, incomprensible para los no mecánicos y, sin embargo, no decimos que es un profesional, no le damos ese título especial ni lo caracterizamos; por lo tanto, no es sólo el saber ni el hacer lo que caracteriza la profesión sino, como decía Laín Entralgo, es un “saber hacer”, un saber orientado a un interés social y un hacer que está informado por una teoría.

En cada grupo profesional hay tres subgrupos: los que renuevan el saber formal de la profesión o investigadores, los que por innovación o invención experimentan nuevos horizontes; también están los que defienden la profesión, mantienen su fuero, que se preocupan por ejercer la presión necesaria para que no sean invadidos sus campos de experiencia por otras personas; y están los que trabajan directamente en el oficio.

La sociedad medieval se componía de tres clases: estaban los oratores, que obraban, creaban; los velatores o soldados, cuya función era luchar y los laboratores, quienes trabajaban la tierra. De la misma manera, estos tres sectores se pueden distinguir en cada profesión; por ejemplo, en la medicina, se puede distinguir a algunos creadores de la disciplina, los que defienden los fueros públicos de las sociedades profesionales y los que trabajan en forma directa el oficio. El saber hacer siempre está fragmentado en los grupos profesionales; por ejemplo, cuando uno dice cirujano, todavía debe calificarlo, más allá de la especialidad más concreta, para saber qué lugar ocupa dentro de la taxonomía del área profesional.

Saber estar
Todas estas profesiones, además de ser un saber hacer, en este sentido tan específico, consisten en un saber estar. Saber estar en la dignidad del oficio, en lo que los pares esperan del comportamiento de cada uno, y ese es precisamente el ámbito en el cual se desenvuelve el trabajo del control o de la supervisión ética; quien sabe estar en su oficio está autorizado para hablar en nombre de la profesión y la representa en los que son sus ideales.

Características del conocimiento formal
¿Qué características tiene este conocimiento formal que otorga prestigio y autoridad? Estas dos condiciones, que al final se convierten en el poder de las profesiones. El conocimiento formal no es cualquier conocimiento, no es sólo información articulada con algún interés social, es conocimiento que se comparte y que, además, se enseña. Una disciplina es un discurso que se enseña, cuando uno logra tener una nueva disciplina que ha creado discípulos, aquélla ya nació y puede estar en el currículo de una facultad; por eso mencioné el ejemplo de la astrología. Un experto dedicó toda su vida a estudiar los dragones, dónde viven, cómo se reproducen, cómo mueren, etcétera, hasta que alguien, después de mucho tiempo, le dijo:- qué lástima que hayas dedicado tu vida a estudiar los dragones, porque no existen. Entonces, ¿qué puede hacer una persona que ha pasado toda su vida estudiando los dragones? Pues dedicarse a enseñar sobre dragones, entonces da clases sobre el tema, tiene ayudantes que fundan la cátedra de dragonología, publica su obra Handbook of Dragonology o Textbook of Dragonology, forma una asociación profesional de dragonólogos, por último publica el Journal of Dragonology y ya nació la disciplina.

El nacimiento de subespecialidades que se convierten en disciplina no ocurre de manera diferente. La inmunología se publicaba en revistas médicas generales hasta que fue segregándose un espacio propio y se produce la típica concentración que se denomina ley de Bradford, para los expertos en bibliometría, por la cual siempre, en cada disciplina, hay un núcleo duro de revistas que concentran lo más importante de la disciplina y va, como en una curva normal, desplazando las publicaciones del área a revistas cada vez más periféricas. Es sabido cómo se controla la publicación científica y cómo este conocimiento que se comparte y el conocimiento que funda el poder profesional tienen cierta retórica; ningún autor, para escribir un artículo, dice cómo llegó a las ideas que éste contiene. Tiene que decir que llegó a ellas tras formular una hipótesis razonable, la ensayó, preparó buena estadística para decidir. Jamás comunicaría que se le ocurrió cuando estaba en la ducha o durante la hora del café. En cuanto a retórica, siempre cito al abuelo de Charles Darwin, Erasmus, que publicó una famosa zoonomía en verso. En la actualidad, Lancet, Nature o Annals of Surgery difícilmente publicarían un artículo en verso, por muy interesantes que fueran los datos que ahí se comunicaran; por tanto, la retórica del conocimiento que funda el poder profesional no es trivial, casi podría decirse que es tan importante como el contenido.

Otra característica del conocimiento que afirma las profesiones es que se distribuye de manera desigual. La producción primaria de las ciencias es la que publican las revistas de primera línea; esa publicación supone que los pares de la disciplina podrían reproducirla si tuvieran suficiente capacidad tecnológica o si sus laboratorios fueran lo bastante complejos. La literatura secundaria es la que resume observaciones de una manera compacta, el review article, y la literatura terciaria es el libro de texto. Una disciplina nace efectivamente, y una especialidad dentro de la disciplina, cuando hay libros de texto. El libro de texto codifica lo que ya no es motivo de controversia.

No obstante, el conocimiento no es lo único importante en las profesiones, porque no es puro saber. Nadie está en una profesión porque sabe, sino porque sabe hacer, sabe estar, como dije en cuanto a los códigos de ética.

Códigos de ética
Los códigos de ética, en general, tienen la misión de mantener la cohesión interna del grupo por medio de reglas de etiqueta y de relacionarse con las personas que no son los expertos, de una manera que respete al menos tres cosas: las metas de la profesión, los deberes que los miembros se han autoimpuesto, los derechos de las personas que tratan con esa profesión. En inglés hablan de goals, duties, rights; son las tres características que tiene la conducta de los profesionales en las sociedades contemporáneas, las que son al mismo tiempo fuente de los conflictos actuales.

Conflictos

Competencias de poder profesional
No es casualidad que los abogados hayan invadido el terreno de otras profesiones. En México hay una comisión de arbitraje médico, organismo de interés porque permite detener los conflictos antes de que lleguen a los tribunales. Aquí ocurre algo parecido, no porque nuestro sistema jurídico sea distinto, igual o copiado, sino porque la profesión de abogado compite con la profesión de médico en numerosos aspectos y este conflicto profesional no es una cosa mala, es una demostración simple de que toda forma de ética hoy es diálogo entre racionalidades, entre personas, entre profesiones.

El código de ética chileno señala que los médicos son enjuiciables o que sus actos son punibles por ignorancia, impericia o negligencia, tres situaciones en las cuales hoy existen expertos en detectarlas. El poder profesional depende de tres factores: primero, que el conocimiento formal se mantenga en un grado de pureza tal que no podamos decir que es dudoso. Todos los conflictos de intereses que afecten la calidad del conocimiento, afectan seriamente la profesión. Cuando oímos hablar de algún conflicto, de alguien que plagió un trabajo científico o de alguien que publicó un artículo sobre un fármaco cuando es accionista de la industria farmacéutica que lo fabrica, cuando alguien dejó de mencionar sus trabajos previos y republicó datos que ya estaban, se está dañando la credibilidad de la base del conocimiento formal.

Conflicto de interés
La segunda fuente de conflicto, con la directa importancia que puede tener para los afectados, es que los motivos por los cuales se dice que se está haciendo lo que se hace sean distintos de los que él reconoce, lo que se denomina conflicto de interés. Todos los que en este momento somos partes de algún complejo industrial y, gracias a las tecnologías del convencimiento, pensamos que estamos haciendo investigación científica, no estamos haciendo investigación científica sino que estamos sirviendo los intereses del complejo industrial.

Parte de nuestra tarea, en la Organización Panamericana de la Salud (OPS), consiste en estudiar los numerosos ensayos clínicos que se llevan a cabo en nuestro continente, que es uno de los más inequitativos del mundo en términos de acceso a la salud, para estudiar si en cada ensayo clínico se están respetando los deberes que tienen los profesionales para con la profesión y los derechos de las personas que son sujetos de investigación. Tan importante es este conflicto porque incide en la generación de conocimiento generalizable, que yo diría es una de las mayores amenazas a la integridad profesional en nuestro continente. No es trivial que la OMS haya lanzado en forma pública una campaña contra el tabaco, porque hoy día estamos en criptocracias, es decir, formas de gobierno en las que nadie sabe quién está detrás del poder. Se ha dado, por ejemplo, la curiosa situación de que la OPS, al celebrar sus 100 años el año pasado, recibió apoyo de una industria equis y, después de estudiar la genealogía de esta industria, se vio que forma parte nada menos que de un holding de una compañía de tabaco. Lo interesante de esto es que nadie sabe de dónde proviene el dinero, ni a qué intereses sirve; por eso digo que el diálogo es lo principal que caracteriza la ética dialógica, que es la que denominamos bioética.

Las antiguas éticas filosóficas eran un monólogo entre un filósofo con su pensamiento o tal vez un diálogo con un lector generalizado o informal. En la actualidad, la bioética es un diálogo entre actores concretos de la vida social, los médicos y sus pacientes, los pacientes entre ellos y, por sobre todo, un diálogo de cada uno con su conciencia. No va a haber ninguna regulación, ningún acuerdo internacional, ninguna pauta ética, como las que estamos ahora reescribiendo del Council of Internacional Organization for the Medical Sciences, que reemplace la personal coherencia de una persona con su conciencia, porque el primer diálogo que se establece, aparte del diálogo con los maestros, con la tradición escrita de la disciplina, es el diálogo de la propia conciencia. Cuando se investiga y se entrevista a las personas que son sujetos experimentales, porque no hay medicina sin experimentación humana, no hay momento en la vida de ningún médico en el cual la prescripción de una intervención no esté asociada con la incertidumbre. El saber profesional está siempre asociado con incertidumbre, y debemos estar seguros de que nos atenemos a las metas que tenemos en mente, a los derechos que asisten a las personas que se confían al cuidado y a los deberes.

El informe Vermont es un documento fundamental en la bioética en los Estados Unidos. Se publicó en 1978, fruto casi directo del trabajo de una comisión formada para la protección de la humanidad frente a la investigación médica y conductual, para proteger a los pacientes frente a los médicos, a las personas a quienes la sociedad había encargado la tarea de cuidarlos. Este documento surgió a raíz de varios escándalos ocurridos en la época de los setenta, nada más que por la estupefacción de las personas al saber que las buenas intenciones no siempre se acompañan de buenas acciones, y que si en algo consiste el saber estar -que es más que el saber hacer- es justamente en que las intenciones concuerden con las motivaciones. Habrá conflictos de intereses siempre, cuando las acciones no coincidan ni con las intenciones ni con las motivaciones. Uno puede estar publicando un trabajo para la empresa Z, no tanto por los datos y el conocimiento generalizable, sino porque después lo invitarán a un crucero en el Mediterráneo, un congreso interesante en la isla de Rodas, donde presentará estos valiosos ensayos que la industria ha permitido hacer. No digo que esto sea malo, sólo que hay un límite, que cada uno debe establecer, en el diálogo con su propio "saber estar" en la dignidad del oficio, lo que no es algo que se pueda prescribir ni reglamentar hasta el último minuto ni la última línea. Por eso es que se enjuician las acciones profesionales, como ocurre por este conflicto de profesiones.

Singularizo este aspecto porque es el aspecto menos discutido de todos. El conflicto profesional es un conflicto real, en que una profesión, en sus deseos de convertir su poder, el saber, en autoridad legítima, lo que hace es tratar de definir los problemas en términos de su discurso disciplinario. Tomemos el caso de la delincuencia. Puede ser un problema policial, pero puede ser un problema médico, jurídico o económico. Cada experto cree que ha definido el problema cuando en sus términos lo define. Esta definición conlleva siempre un saber estar en los verdaderos límites del oficio.

Conclusión

Todas las actuaciones profesionales se dejan reducir a tres dimensiones: primero, que sean apropiadas según el arte, porque, como decía el código hipocrático podría uno decir: “hoy no se puede ser un médico bueno si antes no se es un buen médico.” Es decir, el primer imperativo ético, en todas las profesiones, en todos los oficios, es ser correcto de acuerdo con las reglas del arte. Lo primero es técnico; lo segundo es que las actuaciones sean buenas y son buenas cuando hacen el bien. En la actualidad, eso es más complicado que en el pasado. Antes, los médicos usaban el bien sin la autonomía de la gente; la beneficencia sin autonomía es lo que conocemos como paternalismo. “Yo voy a hacer el bien a estas personas a pesar de ellas mismas, porque son poco fiables de saber lo que les pasa.” Hacer el bien no es cosa simple en la actualidad, porque depende a quién se le hace y cómo se hace, pero el bien se debe hacer, porque los actos buenos son los que hacen el bien y hacen bien.

La satisfacción de hacer el acto bien hecho, la perfección del acto tiene mucho que ver con la técnica, pero también tiene que ver con la entereza moral. El tercer carácter que tiene un buen acto, o un acto éticamente sostenible, es que sea justo. La justicia hoy es una forma de equidad, una forma de dar a cada uno lo que corresponde, de tal manera que la norma que preside el acto -no el acto en sí, que puede variar- la norma que preside el acto pueda generalizarse a toda la sociedad. Ese es el acto justo, el acto que yo hago y, en el momento que lo hago, puedo lograr que todos, haciéndolo, hagan una sociedad mejor, una sociedad de convivencia.

Lo que conocemos como bioética, ese trabajo que desempeño en la actualidad, viniendo de la psiquiatría, es una forma de diálogo entre personas, instituciones, racionalidades. La racionalidad económica es tan legítima como la terapéutica, científica, utilitaria, estética, pero de alguna manera hay que dialogar para resolver los problemas que plantea su consagración, al menos para disolver los problemas en la síntesis superior de la buena convivencia. Unos actos van a ser éticos, el saber hacer se va a convertir en un auténtico saber estar, cuando se respeten estos tres principios: que sean apropiados según el arte, buenos según la satisfacción que dan a los que los realizan, y justos, o sea generalizables.