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Pareja, individuación y sexualidad

Couple, individuation and sexuality

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de la conferencia dictada en el marco del IV Congreso Latinoamericano de Geriatría y Gerontología, Simposio: Sexualidad, realizado en Santiago entre los días 3 al 6 de septiembre de 2003. El evento fue organizado por la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile, el Comité Latinoamericano de Geriatría (COMLAT) y la Asociación Mundial de Gerontología (IAG).
Presidente del Congreso: Dr. Pedro Paulo Marín.
Presidente Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile: Dr. Salvador Sarrá.
Presiden el Simposio: Dra. Adela Herrera y Dr. Alejandro Uribe.
Editor Científico: Dr. Pedro Paulo Marín.

Introducción
“En la formación médica será necesario abordar temas que escapan del ámbito médico puro. Deberán profundizar en historia de la civilización, mitología, historia y desarrollo de las religiones y antropología”. Sigmund Freud.

El self

En la mitología, el círculo representa la totalidad y es equivalente al uroboro, la serpiente que se muerde la cola y está en renovación permanente, el círculo perfecto, que no tiene principio ni fin. El self constituye un ello pulsante, una pulsión de vida que nos mueve hacia algo, una energía básica que permite tomar la vida, o sea, el self es vida.

Todos conocen la maravillosa historia bíblica del paraíso, cuando Adán, que significa hombre, es tentado por Eva, que significa vida, es decir, el hombre tentado por la vida, el hombre tentado por este self. Sin embargo, el self es una totalidad no humana; es un principio de vida, pero no ha alcanzado aún la dimensión humana; la tarea que tiene cada uno de nosotros es transformar lo que en un momento fue un self, una totalidad no humana, en una totalidad humana, al llegar a la vejez.

El self es una completud ausente, porque ya no está, pero está presente en la imaginación de cada uno, en el recuerdo, en el deseo de retornar al paraíso que nos mueve cada día. El self es básicamente la idea del paraíso; todos estuvimos en él en el momento, común para todos, del nacimiento. Hasta poco antes de nacer, todos fuimos un self, un uroboro perfecto, una completud maravillosa en el vientre materno, pero en el momento del nacimiento se produjo una pérdida irreparable, un distanciamiento de la unidad con el vientre materno. El nacimiento, que después tanto celebramos, está marcado por el momento en que quedamos solos.

Después de eso, la vida transcurre en una especie de paraíso terrenal, hasta los siete años, más o menos, edad en que el individuo ingresa al colegio y comienza a ser sometido a la represión, que transforma este círculo perfecto en un ovoide. El self es comprimido progresivamente mediante la educación, la religión, la cultura y la familia, que van quitándole la redondez y plenitud al niño, para transformarlo en un ladrillo más en la muralla. Se le enseña que va a ser “perfecto” cuando se transforme en un ladrillo más de la sociedad.

Pero la vida sigue y, como decía Jung, después de los 20 años nos dedicamos a sacarnos de encima lo que nos pusieron en la mochila antes de esa edad, hasta llegar a la edad de la revancha, de la des-represión, que ocurre desde los 40 años en adelante. Esto explica las frecuentes crisis que se producen a esa edad y que pueden afectar la relación de pareja, el aspecto individual o el laboral, ya que el individuo comienza a preguntarse qué está haciendo de su vida. Después de la des-represión, alrededor de los 50 años, ya puede haberse desarrollado la idea de la individuación, es decir, después de esa edad generalmente ya está claro si la persona ha optado o no por este camino.

Individuación

Este concepto deriva de la palabra individuo, que a su vez viene de la palabra indivisible, que se refiere a aquello que es imposible dividir o dualizar. La palabra sexo tiene una etimología muy antigua; significa dividido, de manera que lo que se busca a través del sexo es encontrar la parte que se perdió cuando ocurrió la división del ser humano, castigado de esta manera por los dioses, según la mitología griega.

A partir de los 50 años el individuo puede empezar a recorrer el camino para encontrarse consigo mismo, para volver a transformarse en un self, pero algo ocurrió a los siete años que marca de manera determinante la posibilidad de lograrlo, algo que constituye la gran temática de la humanidad: la prohibición. Mediante la prohibición y la vulnerabilidad nos transformamos en seres humanos, pero, al salir del paraíso, entramos al mundo de la dualidad, al mundo de lo bueno y de lo malo. La cita bíblica dice que cuando Adán y Eva probaron el fruto prohibido del árbol de la sabiduría, se dieron cuenta de que habían pecado y abrieron los ojos, es decir, tomaron conciencia, se dieron cuenta de que estaban desnudos, sintieron vergüenza, culpa y miedo, y se escondieron de Dios.

Hasta los siete años somos seres vivientes; en ese momento, la prohibición del incesto nos transforma en seres humanos, o sea, el primer encuentro con nuestra sexualidad verdadera nos exige resolver la dualidad del amor con la madre y el padre. Esta prohibición, “no reingresarás al vientre de tu madre”, o “no poseerás a tu padre”, es lo que nos transforma en definitiva desde seres vivientes, que es la cualidad que todos tenemos, en seres humanos, que es la cualidad que debemos ganarnos.

Actualmente, los distintos medios de comunicación denuncian constantemente una gran cantidad de abusos cometidos contra los niños, especialmente por sus padres, parientes y abuelos, lo que refleja una sociedad que aún pertenece a la zona de los seres vivientes, que aún no se ha hominizado, porque todavía está atrapada en esta prohibición, pero la desconoce.

Por lo tanto, el individuo termina transformándose otra vez en un self, cuando llega a la edad mayor y vuelve a encontrarse con lo que perdió en algún momento. El self , que está lleno de arquetipos, consigue esto enviando permanentemente información a la conciencia, al ego, no de manera directa, sino por medio de símbolos de la alteridad: anima animus, lo matriarcal, lo patriarcal y el símbolo de la conciencia cósmica. Si la conciencia no capta estos símbolos, ellos pasan a la sombra y, cuando esto ocurre en forma reiterada, la sombra se vuelve patológica y comienza a emerger hacia la conciencia por medio de los síntomas.

El self envía los arquetipos a la conciencia, al ego, mediante el contacto con el medio, con el cuerpo de un otro, (donde es más fácil que se vea la sombra), o por intermedio de las emociones y las ideas. La conciencia puede adquirir estos símbolos para llegar a un estado de equilibrio, que define la intuición y la sensación como opuestos, igual que el sentimiento y el pensamiento. Estas cuatro características componen la conciencia.

Cuando se elige pareja en forma intuitiva, se elige a alguien que funcione desde el punto de vista de las sensaciones; cuando se hace en forma racional y centrada en los pensamientos, se elige a una persona opuesta. El ideal es que cuando el individuo llegue a viejo tenga incorporados estos cuatros parámetros; es el trabajo que debe hacer el personal de salud con la población, para lograr un equilibrio emocional.

Integración

En suma, el camino de la integración del self pasa por cinco etapas: la completud, que se pierde; la transformación en ser viviente; la transformación en ser humano; la transformación en persona, que viene del verbo latín personare, que significa “el que habla por otro”, “el que habla detrás de la máscara”, porque antes de los cuarenta años el individuo se dedica a cultivar máscaras, (su ego), y parte del trabajo en salud consiste en lograr que la persona se despoje de esas máscaras para entrar en la quinta etapa, el camino hacia la individuación, para lograr que se integren el animus y el anima y se recupere la inocencia perdida del self.

El self se manifiesta de las maneras más simples: en sueños, lapsus, humor, repeticiones y actos fallidos. Los sueños se producen en todas las personas cinco a seis veces por noche, y aunque muchas veces impresionan, no se les presta atención. Primero, el inconsciente elabora un sueño, que si no es tomado en cuenta por la conciencia, se repite una y otra vez, hasta que, si sigue sin ser percibido, se le agrega la angustia, porque el camino de |a simbolización envía un síntoma, que es un mensaje metafórico del inconsciente para avisar que algo anda mal en el camino de la transformación de persona a individuo. Si aún no se le toma en cuenta, llega la enfermedad y, por último, de manera inexorable, la muerte.

Por tanto, si no se logra la integración de sí mismo, del self, se produce una intolerancia a la muerte; de hecho, la cultura actual no tolera la muerte, porque está centrada en la máscara, en el ego, en quedar como persona, sin iniciar el difícil camino de la individuación. El individuo actual no acepta la muerte, porque no acepta la vida, porque no la vive, sólo es un mero espectador y no un protagonista de ella, y piensa que la sexualidad es mala, cuando es parte de la vida, se pierde la fiesta en espera del cielo, no escucha ni ve a la pareja, no logra conocerse ni aceptarse.

Como dijo un hombre hace 2.000 años: “Preguntado por los fariseos sobre cuándo ha de venir el reino de Dios, Él dijo: el reino no vendrá con advertencias, porque he aquí que el reino de Dios está entre ustedes y ustedes no lo pueden ver”. Y a pesar de esto, muchos siguen esperando otra cosa.

La pareja

El psicólogo John Gottman estudió a 650 parejas, a las que efectuó un seguimiento de 14 años, durante los cuales las filmó, las interrogó, las entrevistó y las observó. Así, estableció una forma de predecir, con un 98% de seguridad, si las parejas van derecho a la separación o si tienen un futuro promisorio, clasificándolas en dos grandes grupos.

Un grupo está formado por las parejas que tienen predictores negativos, que se asocian con una alta probabilidad de que la pareja se separe. Entre ellos están el stone walling (“cara de piedra” o “cara de muro”), es decir, cuando la mujer se queja frente al hombre y éste se muestra completamente inexpresivo, pero por dentro es una hoguera; la costumbre de descalificar públicamente a la pareja; la presencia de una actitud defensiva de uno de los dos, sin descomprimir la escalada agresiva; la tendencia a vivir de los recuerdos negativos y la constante crítica mutua.

En el otro grupo prevalecen los parámetros positivos, de los cuales los más importantes son la capacidad de uno o de ambos para descomprimir las discusiones por medio del humor, y la presencia constante de gestos de afecto (un regalo, una llamada para preguntar cómo está).

La pareja madura es la que tiene una identidad formada, la que ha logrado una mejor diferenciación entre el yo y el otro; o sea, las parejas en las que uno dice: “donde él va, yo voy”, no son maduras. En estas parejas hay mayor autonomía con respecto a la familia de origen, aceptan la interdependencia en el vínculo y rechazan la dependencia, lo que favorece un mayor grado de intimidad; tienen buena capacidad para comunicarse y, por último, tienen claro que hay asuntos que nunca van a poder resolver y que en esos casos, uno debe ceder a la verdad del otro. Si una pareja cree que va a poder resolver todo, va a fracasar cuando sufra la pérdida de la idealización del otro y el duelo de la realidad.

En Mozambique existe un baobab de 13 metros de diámetro, que es considerado el árbol sagrado y ritual de la tribu a la que pertenece. Allí, los niños y niñas que están saliendo de la adolescencia y entrando a la etapa de adulto joven, manifiestan su deseo de llegar a ser ancianos sabios, ganándose así el derecho a sentarse junto a los hombres guerreros a la sombra del baobab, para tomar las decisiones y contar las historias. En cambio, en nuestra cultura, todos quieren huir de la vejez.

Por último, con respecto a la sexualidad, se puede decir que ésta es sólo el comienzo, no es el fin; pero si se pierde el comienzo, se pierde el fin.