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Psicopatología de la acción y la voluntad en la esquizofrenia

Psychopathology of action and will in schizophrenia

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de una conferencia dictada en el Curso Internacional Avances en Esquizofrenia, realizado los días 5 de agosto y 2 de diciembre de 2004.
Organizan: Sociedad Chilena de Psiquiatría Biológica; Departamento de Psiquiatría Sur, Facultad de Medicina - U. de Chile; Servicio de Psiquiatría "Dr. Juan Marconi Tassara"; Complejo Asistencial Barros Luco y Hospital Psiquiátrico “El Peral".

Características básicas de la esquizofrenia

El problema de la esquizofrenia es la escisión del individuo; por eso esta denominación ha persistido hasta los tiempos modernos, porque dicho problema básico ha mantenido su identidad. La escisión se relaciona con el problema del autismo o de la desapropiación (no despersonalización), término que no sólo enuncia las características fenomenológicas del hecho, sino que también insinúa el mecanismo que permite entender el concepto de despersonalización psicótica, tan mencionado en los textos clásicos.

La pérdida de la propositividad vital es otra característica fundamental del esquizofrénico (incluso en los pacientes crónicos), que le hace dejar este mundo occidental, competitivo, autoexigente, cargado de metas económicas o de otra naturaleza, para vivir en una especie de meditación muy tranquila y reposada, independiente de que alguien lo mantenga.

El autismo, característica que todos los pacientes presentan en grado variable, es una alteración del sujeto con el entorno interpersonal e intersubjetivo. Se ha hablado de autismos ricos y autismos pobres, en un intento de categorizar las propiedades que el autismo presenta en cada paciente y la relación estrecha que va a tener con el fenómeno de escisión que las precede.

Los amaneramientos y las estereotipias clásicas fueron muy bien descritos por Bleuler y fueron muy importantes en la psicología clásica, como elementos diagnósticos; incluso se describía su curso en el esquizofrénico y se decía que la esquizofrenia se notaba, en los adolescentes, por la pérdida de la gracia de los movimientos del paciente; es decir, algo se transformaba en el proceso del movimiento que hacía que éste se modificara. El amaneramiento se manifestaba como intentos de imitar otros roles diferentes de los propios del paciente, de modo que éste miraba y hablaba como espadachín de la corte, o hablaba como locutor de radio. Antiguamente, los amaneramientos eran muy visibles, debido a que la comunidad era muy uniforme, de tal forma que cualquier mínimo cambio de pronunciación, por ejemplo, de una z a una f, se captaba como un acento diferente y, por tanto, señal de extranjería. Actualmente, en cambio, el amaneramiento del vestir o del decir prácticamente se diluye en la pluralidad de comportamientos, vestimentas y demás conductas. En esa época, el amaneramiento era muy determinante, debido a un factor cultural.

Las estereotipias, por otra parte, también han sufrido cambios con el tiempo y actualmente se describen nuevos vínculos entre disquinesias tardías y estereotipias. En las disquinesias tardías el paciente no tiene conciencia; no es que no se dé cuenta, simplemente no le llega la información de lo que está haciendo, salvo si la disquinesia es dolorosa. Tanto es así, que a veces los pacientes confiesan tener alguna molestia, algún dolor y después comienzan con el movimiento automático.

El antiguo problema de la “frialdad afectiva” no se refería a una frialdad emocional de la persona ni en la exteriorización de sus emociones, sino al hecho de que el interlocutor percibía en ese paciente falta de interés, falta de afectividad, frialdad; en fin, una serie de denominaciones para definir la incomunicación que surgía con los pacientes esquizofrénicos cuando se entraba en su entorno y que llevó a desarrollar trabajos de grupo dirigidos específicamente a lograr que sintonicen. Este propósito es muy dificultoso: el paciente esquizofrénico está muy endurecido y hay que estimularlo mucho para que participe.

Los automatismos, de los cuales el estupor es un grado extremo, en el que la motilidad queda anulada estando el paciente lúcido, son otra característica importante. Antes era clásico el problema de distinguir si el estupor que enfrentaban los médicos de las guardias era histérico, melancólico o esquizofrénico; la diferencia consistía en que el estupor esquizofrénico era rígido; en cambio, los estupores de la histeria y de la melancolía eran disociativos, con lo que se orientaba rápidamente el diagnóstico de un paciente que llegaba estuporoso, situación muy alarmante en el contexto familiar.

Vivir en la atemporalidad es una de las características que da la escisión del esquizofrénico; para el individuo, los fenómenos no están en el tiempo, no porque estén en una externalidad sino porque se han sustraído del tiempo cronológico y, en consecuencia, cuesta mucho obtener el antes y el después. Por ejemplo, si se le pregunta a un paciente esquizofrénico cuándo empezó a oír las voces, no puede dar una fecha, a diferencia de otros pacientes que sí pueden hacerlo, aunque sea en relación con otros acontecimientos (“fue ese día que era el cumpleaños de mi abuela, que era el día siguiente de…”). Para el esquizofrénico, el fenómeno tiene una atemporalidad constitutiva, a tal punto que, para él, recordar algo es reproducirlo de inmediato. Cuando uno recuerda algo lo trae a presencia, pero como ausente; en cambio, el esquizofrénico, cuando recuerda sus alucinaciones, las trae como presencia; por eso muchas veces no quiere hablar de ellas.

El carácter ahistórico de los fenómenos, ligado a la atemporalidad, es otra característica relacionada con la escisión, que se asocia también con la falta de propositividad vital, la frialdad y la desapropiación. Los pacientes no tienen una biografía; viven una vida que dura lo que duran los fenómenos que perciben. Esa ahistoricidad que los gobierna es uno de los síntomas que cuesta modificar y, cuando se consigue hacerlo, siempre queda la sospecha de haber logrado sólo una obediencia automática del paciente, pero no una propiedad que éste haya adquirido y sostenga.

Desarrollo de las alteraciones motoras en la esquizofrenia

Cuando Bleuler analizó la patología motora, concretamente lo catatónico, se dio cuenta de que el comportamiento del esquizofrénico no sólo difiere de lo que espera la comunidad a la cual pertenece, sino que tiene propiedades muy difíciles de entender en su contexto, por ejemplo, una estereotipia, y planteó que el componente motor que se da en la esquizofrenia podría ser el resultado de afecciones de ciertas partes del cerebro, citando, además, la teoría de un fisiólogo de la época que pensaba que la tiroides tenía que ver con todo lo cognitivo del esquizofrénico. En esa época había una tendencia a especular sobre un hecho para aplicar alguna terapia, había una necesidad permanente de encontrar un modelo que significara una praxis. Por ejemplo, cuando una paciente tenía una estereotipia que recordaba el martillar de un zapatero, se decía que seguramente tuvo un amor de niña con un zapatero y que ahora, en su enfermedad, lo evoca de esta manera.

Sin embargo, el problema de la alteración de los movimientos corporales tuvo mejor resultado cuando se decidió no interferir en nada y se planteó que, independiente de estar atento a la endocrinología y la psicogénesis del individuo, era mejor mantener el estado de la pureza descriptiva, ojalá fenomenológica, con el fin de que el fenómeno ofreciera, desde sí mismo, algunas características que pudieran servir de base a nuevos modelos teóricos dirigidos a entender, no la génesis del proceso, sino la coherencia del proceso en la multiplicidad de su ciclo. Lo que se plantea, entonces, es la necesidad de determinar si existe un equilibrio entre ciertos síntomas, establecidos con coherencia, y las alteraciones de la motilidad.

Se trata, por lo tanto, de determinar si, en esta patología, los trastornos motores y del pensamiento ocurren simultáneamente; o sea, si por un lado se generan alucinaciones auditivas, robo de pensamiento, pensamiento impuesto, etc., y por otro lado se generan estereotipias, negativismo, estupor e incluso un tipo de alucinaciones que actualmente ya no se ven, gracias a los medicamentos, y que consisten en que el individuo cree haber sufrido transformaciones corporales. En su grado extremo, el paciente manifestaba que no tenía cuerpo, que se lo habían robado y que el que se veía era el cuerpo de otro individuo que se lo habían puesto a él para que no se notara el robo, pero que el otro estaba reclamándolo. No era raro que un paciente crónico contara que tenía un problema judicial, porque le habían robado el cuerpo. Después empezaba a ocurrir un tránsito en el cual el cuerpo se iba convirtiendo en lenguaje, como una paciente que decía: “El dedo meñique es mi mamá, este es mi abuelita, este es mi tía” y prácticamente empezaba a reemplazar a esos personajes, que estaban en confabulación afectiva, por los dedos de la mano y del pie, y utilizaba su cuerpo para mapear todas sus relaciones interpersonales. Utilizaba el cuerpo, lo usaba como sostén y le aplicaba un cuidado estetizante, no solamente desde el punto de vista del cuidado de la salud.

Esto hace pensar que, seguramente, la esquizofrenia arranca en un momento en el que la res cogitans y la res extensa, o sea, lo que se piensa y lo que va a ser extensión del pensamiento, están todavía unidos, por así decirlo, en el tronco, y el sujeto todavía no ha tenido la oportunidad de bifurcar un pensamiento autónomo independiente de un cuerpo autónomo, que se diferencian porque uno está en el mundo de la significación, del pensamiento, y el otro está en el mundo de la extensión. En esa instancia se puede buscar una hipótesis que ilumine ese momento, que permita entender cómo se origina.

En el proceso de buscar la identidad, de formular las instituciones del yo, el niño pasa por un período en que esas funciones no existen y, por lo tanto, todavía no tiene una apropiación de su cuerpo; lo siente, como la persona que va al dentista y, una vez puesta la anestesia, se muerde la lengua. El niño alcanza la completitud a una edad que los psicólogos del desarrollo estiman en los 18 meses; en ese momento ya puede sentir y mover las partes de su cuerpo, porque las fibras sensitivas y motoras ya se han mielinizado; entonces empieza a apropiarse de su cuerpo, aunque al principio no sabe qué regularidades rigen esa apropiación, sino que al tocarse los pies los siente como propios, pero también como ajenos. El proceso no es lineal; bajo ciertas circunstancias o en ciertas posturas corporales, siente el pie como propio y luego deja de sentirlo así, lo que también depende de variables relacionadas con el estado de satisfacción de sus necesidades corporales.

En resumen, la adquisición del esquema corporal que hace que un individuo sepa cuál es su cuerpo es un proceso complejo, no lineal en el que se van incorporando, por partes y en ciertos momentos, todas las propiedades que van a permitir que el individuo se mueva, reconozca que tiene una forma, sepa hasta dónde llega y entienda que no forma parte del suelo o de los zapatos. El esquizofrénico, en alguna medida, pierde ese esquema corporal y se desapropia, o sea, siente que el cuerpo no es suyo sino ajeno e interpreta este hecho como que se lo han robado. Así, cuando el esquizofrénico manifiesta que alguien le pone o le roba pensamientos o alucinaciones, está mostrando un fenómeno de desapropiación, de cuya irrealidad no se le puede persuadir, ya que está convencido de que es otro el que acusa estos fenómenos. Esa “alteridad” es fundamental.

Se puede pensar, entonces, que el proceso que conduce al fenómeno de apropiación, que permite que el sujeto reconozca sus pensamientos y su cuerpo como propios y dé esto por obvio, es una conquista que se hace en cierta etapa del desarrollo y que, bajo ciertas condiciones, puede fallar, dando origen al proceso esquizofrénico de falla en la apropiación del pensamiento y de la corporalidad, lo que lo hace sentir que los poseedores del pensamiento y los que ordenan que su cuerpo se mueva son “otros”. Todas estas características se deben considerar en el tratamiento de los pacientes esquizofrénicos.

En ese sentido, se puede plantear la hipótesis de que esta necesidad de constitución del yo no es inicial, primero el yo y después los demás, sino que primero se genera el sentido de lo que son los demás y después vendría el yo, como producto muy tardío. Un aspecto curioso es que, en el fenómeno sicótico, oír voces es una de las características semiológicas más típicas y siempre son plurales, colectivas y anónimas, características que las diferencian de las voces del neurasténico, que oye nada más que a la abuela, por ejemplo. Es una alteridad que primero se instaura como tal y luego hace una gestión persecutoria o enaltecedora; las voces elogian, enaltecen o persiguen, señalan ciertas características negativas, lo ominoso o luminoso.

Debido a este fenómeno de la desapropiación, el paciente, dentro de su mundo delirante, tiene un mundo más poderoso, que es el de los otros, y él está a merced de los otros. Cualquiera que sea el grado de esta alteración, lo esencial del fenómeno sería esta alteridad, la sensación de estar a merced de los otros, quienes tienen poder sobre mí. En esta realidad, el paciente vive segundo, de modo que no puede relacionarse con los otros como prójimo, sino que lo hace como con seres dotados de omnipotencia, que no le dan la posibilidad de establecer con ellos una reciprocidad. De aquí viene el problema fundamental del esquizofrénico, que es el de no poder establecer relaciones interpersonales duraderas, salvo las transferencias sicóticas, gracias a las cuales el paciente acude religiosamente, todos los días, a buscar sus píldoras, o no deje nunca de ir a saludar al terapeuta por la mañana, cuando basta un contacto leve para que el paciente se sienta parte de un ritual.

No obstante, el paciente esquizofrénico puede llegar a desentenderse hasta de eso y, frente al prójimo, puede que no lo conciba como el prójimo sino como un otro que no tiene ninguna significación, o la tiene, pero en el sentido de estar de parte de los perseguidores, coludido con ellos. Si no hay otro como interpersonalidad, no se genera la base necesaria para decir lo que es la intersubjetividad; entonces, él no puede ser sujeto, porque no es objeto para el otro, y a su vez no puede tomar al otro como sujeto, porque no puede verlo como tal, es decir hay una crisis de la intersubjetividad por la cual el paciente se queda huérfano de un yo, de enunciados.

El paciente esquizofrénico, en definitiva, llega a desarrollar el fenómeno de la desapropiación mediante este proceso, que algunos autores han planteado como un problema de la mielinización en el ser humano; éste se caracteriza por nacer en forma muy prematura, en comparación con los demás mamíferos, y estar luego rodeado por un ambiente que no tiene nada fisiológico. En este proceso, hasta que alcanza cierta madurez y lo capta el lenguaje, el niño se reconoce primero en la alteridad, porque no tiene la mielinización suficiente para reconocer su cuerpo como propio; entonces, se reconoce en la exterioridad, se reconoce primero en tercera persona. Después aparece la percepción del yo como sujeto del enunciado, momento en que el individuo se ve y se siente como un yo autónomo, fenómeno que ocurre en forma tardía.

El sujeto no se da cuenta de cuándo ni cómo llega a este conocimiento. Es como lo que ocurre con la visión, en que el sujeto ve con cada uno de los dos ojos, pero un mecanismo neurológico hace que la convergencia de las dos miradas se perciba como una sola visión; es decir, en el sistema nervioso hay mecanismos que no solamente van a determinar su funcionamiento, sino que también van a impedir que el sujeto se de cuenta de que el yo es un producto tardío, a diferencia de muchas concepciones sobre el origen del yo que le dan un carácter original, partiendo por Descartes, que dijo: “Pienso, luego existo” y planteó el yo como un principio ontológico.

A la luz de lo expuesto, en cambio, el yo no es el primer principio, aunque este concepto nos ha perseguido en toda la modernidad e hizo crisis en la post modernidad. Es decir, habría que pensar en el yo al revés: no como el que protagoniza y genera autónomamente el resto de nuestras facultades y vivencias, sino como un producto terminal, que se logra mediante un proceso complejo en el que participan la corporalidad, los movimientos y la voluntad. Por ejemplo, los niños tienden a apretar la mano y les cuesta mucho soltarla, y no nos damos cuenta de lo difícil que es separar los dedos como lo hace un adulto. Del mismo modo, estamos llenos de sincinesias o movimientos que acompañan nuestros pensamientos y que son producto de la organización del sistema nervioso.

Por lo tanto, la función del yo es un efecto en el cual se necesita un proceso que parta de una alteridad hasta que se desarrolle una conciencia del sujeto; éste sería, por decirlo así, la argamasa a partir de la cual se va a determinar un producto final, es un producto primario que está potencialmente generando lo otro, sin ser todavía lo óptimo. Con este concepto se puede entender que, cuando el paciente esquizofrénico se despersonaliza o se des-realiza, está desapropiándose y es fácil ver cómo de lo desapropiado emerge un otro como rival. Por ejemplo, si tengo un lápiz y lo pierdo, al darme cuenta pienso que perdí mi lápiz y, al encontrarlo, pienso que no es mío, que debe ser de otro, porque lo que no es mío es de otro poseedor, o sea, la alteridad no es primaria, sino secundaria a la desapropiación; el sujeto pierde el pensamiento y luego razona que se lo han robado los masones, los políticos, agrupaciones colectivas o cualquier entidad, pero lo primario es la enajenación inicial del yo.

Se podría decir que la aparente frialdad afectiva de estos pacientes se debe a la imposibilidad de tener otro sujeto frente a ellos. Así se entiende que el paciente caiga en un cierto autismo, que se transforme en un “otro de sí mismo”. Este concepto es muy interesante. Al no tener un sí mismo, no puede obtener que éste se enfrente al otro, no puede salir hacia el otro, entonces tiene que haber algún otro, para poderlo ver. Por eso se ha dicho que el autista es un “otrista”, porque está en un mundo de otro. Él no se gobierna, no puede tener intenciones, está en un mundo de otro, por eso permanece en ese estado. Curiosamente, el niño autista tiene, en 100% de los casos, trastornos del lenguaje.

Alteraciones específicas

En el paciente catatónico, una de las cosas que llamaba la atención era el fenómeno de ambivalencia, de negativismo, de estereotipia y amaneramiento, que ocurre porque el sujeto, al no tener un rol propio, adopta el primero que ve. Un fenómeno que ha desaparecido con los medicamentos, pero que importa recordar porque era muy útil para reconocer la esquizofrenia, es el de ecolalia y ecopraxia, que consiste en repetir los movimientos del otro como un eco, como si al repetirlos el sujeto se transformara en el otro y obtuviera así una cierta identificación. Por eso, no es raro que el paciente entre en amaneramientos variados, porque está disponible, porque es mejor que no tener ninguno.

En cuanto a la estereotipia, en películas que mostraban disquinesias tardías en pacientes que habían tomado neurolépticos durante mucho tiempo, fue interesante ver que no sólo eran movimientos leves, que podían pasar inadvertidos, sino que también podían ser movimientos complejos, como caminar e incluso copular, o sea, eran movimientos que tenían programación previa. Lo anterior estaría indicando que cuando el ser humano empieza a desapropiarse de todo, pueden aparecer ciertos esquemas motores que están inscritos en nuestros genes y que determinan conductas muy primitivas, que son las fundadoras de nuestro comportamiento posterior. Habría ciertos esquemas motores inscritos en nuestro ADN, sobre los cuales se insertarían los aprendizajes posteriores que realiza el ser humano y que, pese a las variaciones que pudieran tener, tienen elementos comunes.

Esto se entiende mejor con el ejemplo del lenguaje. Todos los seres de la especie humana tienen la condición de poder hablar, pero para hacerlo no sólo necesitan el esquema que portan y que podría ser trasmitido genéticamente, sino que también necesitan a otro que le enseñe un idioma y con el cual reciprocar, hasta llegar a hablar el idioma del otro. Nuestro idioma viene de nuestros padres, nadie habla por su cuenta; sin embargo, aunque no es nuestro, una vez que lo aprendemos lo incorporamos como tal.

Los movimientos o esquemas motores que se ven en la disquinesia tardía podrían tener una génesis similar. Estas disquinesias se van rellenando después con los modelos culturales que determinan un modo de caminar o de identificarse. El síntoma precoz de los esquizofrénicos era la pérdida de la gracia al caminar, del modo que habían adquirido y, una vez que se quedaban sin nada, empezaban a incorporar el andar de James Bond o de cualquier actor de cine de la época y luego empezaban los amaneramientos.

La hipótesis, aplicada al paciente esquizofrénico, establece que tiene lugar un corte regresivo, no en el sentido histórico, sino en el concepto tópico, como ocurre cuando desaparece un nivel de conciencia y aparecen los niveles primarios, o como cuando la corteza deja de funcionar y de actuar como freno de la primera neurona de la médula, y entonces la segunda neurona toma el control y origina arreflexia, reflejo exaltado de Babinsky, etc. En ese sentido, no es otro campo discursivo sino el mismo campo que proponía Jackson, es decir, al desaparecer ciertos niveles se puede entrever lo que está por debajo de ellos y que no es voluntario, lo que en este caso determina la emergencia de los esquemas motores.

Para redondear lo del lenguaje, todos tenemos la posibilidad de hablar en distintos idiomas y todos ellos son traducibles de uno a otro, pero lo que se hace es una imitación; otra cosa es la necesidad de que el potencial del lenguaje llegue a materializarse, a encarnarse en el lenguaje concreto, en lo que algunos llaman el acto de habla, para entender el lenguaje, no como en el diccionario sino como el acto de hablar de una persona con la otra y así llegar a un resultado secundario, que es comunicarse.

La expresión corporal del esquizofrénico, como lo definieron muy bien los clásicos, tiene algunas propiedades características. Los catatónicos, que ya casi no se ven, tienen una alteración de la motilidad muy particular, que puede llevar a confundirlos con un sujeto impregnado con neurolépticos, en especial en un individuo que está en tratamiento con estos fármacos por un brote agudo, en quien puede ser difícil diferenciar entre los síntomas basales de la esquizofrenia y el efecto de los medicamentos. La semiología de la rigidez, de los temblores, etc., permite hacer la distinción, pero la postura “envarada” propia del esquizofrénico hace que con frecuencia los sicólogos confundan la fisonomía propia de estos pacientes con un efecto medicamentoso.

En cuanto al acto voluntario y la propositividad vital, esta última se define como el hecho de hacer un proyecto para el futuro, pero si el individuo no tiene un sujeto y no tiene un otro, sino que la relación con el otro es simplemente formal, sin reciprocidad, entonces no siente realmente que tiene un futuro, no tiene la posibilidad de que emerja en él el deseo de mirar hacia adelante y de pensar en cómo lograr lo deseado. El proyecto para el futuro no se da, porque el paciente esquizofrénico no logra concebir el deseo de que ocurra.

La falta de propositividad es una consecuencia necesaria de la escisión, de la desapropiación que entrega la vida, por decirlo así, a otro; el paciente se ve como un extraño; es un alienado, un autista, un otrista, niega tener responsabilidad y en ese momento queda incorporado al síndrome del esquizofrénico amparado en la escisión, donde autismo, desapropiación, pérdida de propositividad, automatismos verbales, estereotipias, amaneramientos y frialdad afectiva se establecen en un ámbito de coherencia, aunque no se expliquen entre sí, como es coherente que el lado sello de una moneda tenga que ser del mismo diámetro que el lado cara de la misma moneda, pero son absolutamente distintos.

La voluntad, por último, también es un producto tardío. El niño no empieza queriendo; tal vez tiene un deseo de conocimiento, de completarse, hablar, pero no tiene la voluntad de hacer, sus primeros actos son sólo automáticos y muchas de las conductas que luego adquiere están, al principio, al servicio de mecanismos más sutiles. Por ejemplo, al niño, cuando aprende a apretar, le cuesta mucho aprender a extender; no es una dificultad en el sentido de quedarse con algo, sino de no saber cómo soltar.

Hay dos juegos relacionados con la evolución del psiquismo, que sirven para dictar ciertas coherencias en la esquizofrenia, en su motilidad, su voluntad, su fisonomía. Uno es el juego por el cual el niño, en el corral, cuando todavía no sabe caminar, lanza un juguete hacia afuera; viene la mamá y se lo devuelve, pero el niño lo lanza otra vez y la madre se da cuenta de que goza con la repetición del acto. Lo mismo hace después, cuando le cuentan un cuento y pide que se lo cuenten una y otra vez, porque quiere volver a vivir ese presente, un presente que no tiene un futuro. O sea, la temporalidad también emerge de alguna manera y hay que considerar su génesis.

El otro juego es aquel en que el niño descubre las propiedades del lenguaje; también en el esquizofrénico se da de una manera muy especial y conduce a lo que en un tiempo se llamó la “bizarrería” de la esquizofrenia y que se refiere a un uso del lenguaje alterado, junto con lo que se denominaba disgregación, originada por la necesidad que tiene una persona cualquiera de poder establecer el nombre y la naturaleza de la experiencia que está viviendo y que lleva al esquizofrénico a recurrir a metáforas, amaneramientos del lenguaje y gesticulaciones, para dar cuenta de un fenómeno al que nosotros no podríamos acceder.

El niño descubre en un momento determinado que hay dos maneras de que las cosas existan frente a él: una como presencia y otra como ausencia; que la madre, cuando sale de la pieza, no se va y queda la nada simplemente, sino que está afuera, pero está presente como ausente. Gracias al fenómeno de presencia-ausencia, el niño empieza a manejar esto también para distribuirlo en un juego como el del pañuelito, está, ahí está, y el niño cae en un goce increíble, porque está descubriendo algo. Ojalá uno pudiera revivir ese descubrimiento: que la mamá tiene dos formas de estar, detrás del pañuelo y delante del pañuelo, y eso empieza a ser objeto de manipulación por parte del niño.

Así ocurre la inmersión del ser humano en el lenguaje. Como en el esquizofrénico, el lenguaje está alterado, el lenguaje expresivo, o sea, el lenguaje del cuerpo, también se compromete, a tal punto que en una época se decía que para diagnosticar una alteración esquizofrénica se necesitan alteraciones del lenguaje, de la corporalidad y algún fenómeno congnitivo, o sea, el cuerpo nunca queda indemne, siempre algo pasa en él; a veces tienen como único síntoma una dismorfia corporal y empiezan a operarse indefinidamente. Así, el lenguaje no es solamente el lenguaje significante del adulto, sino que también está dado por la expresión corporal. Todo movimiento va a tener un estilo, o sea, la persona camina de cierta manera propia y, además, el cuerpo puede reemplazar el lenguaje verbal o analógico, a través de gestos, como hacen los mimos.

Esos son los aspectos que surgen actualmente en relación con la voluntad, la motilidad, etc. Aunque hoy día se ven menos, porque comúnmente se los apaga con medicamentos, es importante conocer su evolución en la esquizofrenia, porque de alguna manera cumplen una función en su génesis y tienen alguna coherencia entre sí. No están simplemente “apilados.”