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La unidad mente-cuerpo-espíritu y la medicina psicosomática

The mind-body-spirit unit and psychosomatic medicine

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de la conferencia que se dictó en el 56 Congreso Chileno de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía, Pucón, Chile.

El cuerpo humano es una red interconectada de diferentes sistemas de información y energía. El hemisferio cerebral izquierdo es especialista en la transducción linguística verbal del pensamiento y el discurso analítico; el hemisferio derecho es especialista en la transducción holística, analógica, metafórica, de emociones e imaginería nueva y pura.

Entre la mente con sus expectativas y el cuerpo con su fisiología y emociones está el sistema límbico hipotalámico, que se comunica con el sistema endocrino y con el sistema inmune (Figura1).

El sistema neuroendocrino, con un lenguaje bioquímico, se comunica con el sistema inmune, que es un sistema interno, no cognitivo, y por tanto subconsciente, de manera que no nos damos cuenta de lo que está pasando con la actividad de los linfocitos, macrófagos o citoquinas. Todo esta interacción origina sustancias diversas como los péptidos, citoquinas, neurotransmisores y hormonas que son recibidos por receptores en todas las células de nuestro organismo, pero, sobre todo, por las células inmunitarias. Hoy se sabe que las neuronas son capaces de producir hormonas y citoquinas, que el sistema endocrino, además de producir hormonas, también puede producir neurotransmisores y citoquinas, y que el sistema inmune, que produce múltiples citoquinas, es capaz de producir, in situ, en el órgano necesitado, neurotransmisores y hormonas. De esta manera, estos tres sistemas actúan siempre, permanentemente, aunque no nos demos cuenta con nuestra parte mental consciente, cortical, del “yo” o “ego”.

Sabemos, por otra parte, que los individuos vivos tienden a permanecer en homeostasis, es decir, con el medio interno constante, a pesar de los cambios del medio ambiente. El equilibrio entre mente y cuerpo, que es el equilibrio del reconocimiento intelectual de la emocionalidad y la comprensión visceral, es lo que nos da el estado de salud. Cuando estamos completamente sanos no sentimos nuestro cuerpo, y estamos, en apariencia, actuando solamente con nuestros sentimientos e intelecto.

El ser humano nace con cuatro tendencias básicas que son fundamentales:
La primera es la tendencia a la vida y vivir es perdurar, “durar para”. Somos criaturas, se nos genera desde dos células cuyos genes se mezclan en un orden único, con un corazón que late, que “piensa” desde el hipotálamo hacia la corteza y que nos da libertad. Esta libertad fluye de la unión y comunicación armónica y permanente entre el corazón y la mente.

La segunda tendencia básica es la tendencia al desarrollo de nuestras potencialidades. Por una parte, de la personalidad consciente; por otra parte, de las emociones instintivas primarias como el miedo, la pena y la rabia, que suben al sistema cortical órbitofrontal y temporal donde se reconocen como sentimientos conscientes que deben ser expresados, por ejemplo, con palabras o actitudes corporales; y por último, el desarrollo de la corporeidad como estructura física o templo donde habita el alma. El ser humano “es” en un cuerpo, tenemos una corporeidad, y el ser humano se desarrolla al aprender a sentir y diferenciar entre el “tú” y el “yo”, al comprender que es un ser único, que no hay otro ser igual en cuerpo, mente y alma, que se respeta a sí mismo por ser único y que ama su individualidad, y así es posible amar al otro, cosa que no sucede hoy en día con mucha frecuencia.

La tercera tendencia muy importante es la sociabilización; desde el nacimiento existe la necesidad de exteriorizarse hacia el otro, como semejante o como diferente. Se necesita un feedback o retroalimentación comunicacional, que puede ser positiva produciendo, como consecuencia, amor y caridad, o negativa, que genera alerta, amenaza y con ello una reacción de defensa o ataque, que incluso puede llevar a la destrucción del otro, como se ve en la guerra que se está desarrollando frente a nuestros ojos en vivo y en directo en la TV y ante la cual estamos atados de manos y pies. Este estado es de homeostasis alterada y se llama estrés, porque la amenaza viene desde fuera, pero también puede venir desde dentro si hemos sido malformados en nuestra personalidad en nuestros años de vida iniciales, como, por ejemplo, en el caso de los niños abusados, que luego pueden llegar a ser psicópatas.

Las reacciones de estrés son cambios adaptativos preparatorios y anteriores a que se altere la homeostasis; el cuerpo está hecho para reaccionar de manera adaptativa y flexible para que sigamos en equilibrio, pero el estrés altera elementos rítmicos intrínsecos. Éstos, por vía hipotalámica, mediante los neurotransmisores ya mencionados, van a activar la hipófisis anterior que libera ACTH para estimular la corteza adrenal, y a su vez producirá hormonas para la adaptación metabólica, hormonas de la tiroides y hormona de crecimiento e inhibe hormonas de la reproducción; como consecuencia, la inmunidad será activada o inhibida junto a las otras sustancias bioquímicas mencionadas, en una alerta aumentada.

Los cambios adaptativos al estrés son: facilitación de vías neuronales de alerta y atención, de vías reflejas, de redistribución de la energía y de supresión de conductas de alimentación o de reproducción. A veces, la conducta de alimentación se exacerba y luego no sólo se suprime sino que se elimina por la exacerbación de sentimientos de culpa, como ocurre en la anorexia y bulimia. También se alteran los ciclos menstruales o la producción de espermios.

Los tipos de reacción al estrés son normales y son de adaptación general. Hay una activación estereotipada de mecanismos generales de adaptación en forma generalizada, inespecífica, rápida, limitada en el tiempo, con efecto anabólico e inmunosupresor. Esta reacción normal es moderada, breve y se produce bajo condiciones controladas: tiempo, duración, tema; pero hay reacciones al estrés que son destructivas, éstas son las graves, pues son prolongadas y se producen bajo condiciones incontrolables por el individuo que las sufre.

El ser humano occidental, en sus condiciones de vida, de acuerdo a la verdad de hoy, se fija metas socioculturales inculcadas desde su nacimiento; se ve que tiene ciclos cada siete y hasta diez años, en que está exigido al máximo respecto de metas como el éxito, el poder, el deseo y la sexualidad, las que trata de alcanzar entre los 35 años y los 40- 42 años de vida (Figura 2). Siente que tiene un tiempo limitado, el que pasa cada vez más rápido, y nadie habla de las dificultades que va a tener, tanto intrínsecas como del medio, para lograr lo que se le dice desde afuera. ¿Cuáles son nuestras metas propias? ¿Quién se lo pregunta? Muy pocas personas, muy pocos chilenos, por lo menos. Las metas son propias del ser en sí, son únicas e irrepetibles, y no se trata de correr en “tierra derecha” como para ganar una carrera hípica.

Entonces nosotros, desde el nacimiento, por los estímulos y las dificultades, vamos creciendo en nuestro yo, en nuestra personalidad, intelecto, mente, sentimientos, con un desarrollo continuo. Se ha demostrado el desarrollo continuo de células que antes se creía que no se desarrollaban ni se multiplicaban, como los condrocitos del cartílago, las células del miocardio, las neuronas. De manera que ahora sabemos que podemos lograr, cada siete años, una nueva reestructuración mente-cuerpo-alma de nuestro propio ser, si aceptamos las condiciones negativas de nuestro interior y exterior, para superarlas y mejorarlas. Si no lo hacemos, nos vamos a quedar dando vueltas en un problema que no nos va a dejar avanzar en la vida y que nos va a obligar a consultar porque nos hemos enfermado.

En el estado de estrés o enfermedad hay un uso permanente de los mecanismos de defensa o de mantención del equilibrio, pero se escapa de los mecanismos de contrarregulación normales, pues ya no hay nada que ayude desde adentro, porque nosotros nacemos y seguimos un río de vida que está lleno de dificultades, rocas, remolinos, caminos que parece que van a otro lado y volvemos sobre nuestros pasos para encontrar otras rocas, siempre mirando las metas socioculturales que nos enseña nuestra sociedad desde que nacemos, como el logro máximo. Todo esto nos puede conducir a la enfermedad.

Los médicos tenemos un disco “PARE” para tratar de ayudar a esos enfermos que vienen a pedir ayuda integral, que aceptan que se les trate y, después, desde su reposo, son capaces de sentarse y mirar su entorno y comprobar que, si seguían tras esa meta que no era propia, iban a seguir por ese río hasta llegar a una catarata con piedras y rocas que los iba a matar; entonces, cuando entienden los conceptos ya vertidos, van a rehabilitarse en conjunto con los médicos, pues se detienen y ven que hay una fuente que puede llevarlos a caminos y a lugares inmensos y preciosos, llenos de naturaleza, fauna, flores silvestres, y a su propio “Yo” trascendido (Figura 3).

Al ser humano, con relación a sus condicionantes vitales, se le ha dado, como ser único, el libre albedrío, que significa aprender a tomar sus decisiones: por este lado o por este otro, este camino o este otro, y es capaz de pagar el costo de esas decisiones lo que le permitirá llegar al equilibrio espiritual, así, las enfermedades funcionales y las estructurales son llamadas de atención muy importantes, para detenernos a pensar en nosotros mismos y sentir nuestro cuerpo–mente-alma.

Lamentablemente, se nos ha enseñado, principalmente a las mujeres, y también a los hombres en los tres últimos siglos, a no identificar ni verbalizar adecuadamente las emociones y conflictos. Así se crea, finalmente, la alexitimia, que es la incapacidad de verbalizar y hasta de sentir los conflictos, las emociones, los afectos y los estados somáticos de tensión o estrés. Incluso si los sentimos, no debemos expresarlos por cultura, por lo menos no en nuestro trabajo ni en nuestra casa; debemos quedarnos callados y meterlos al “yo” subconsciente. Este es un síntoma presente en 100% de los pacientes que nuestro grupo ha tratado y que son más de 200.

La última y más importante de las cuatro tendencias del ser humano es la trascendencia espiritual. El perfeccionamiento del amor humano con renuncia al “Yo” o renuncia a sí mismo es una negación; no está pensando en “sí mismo” sino que aspira a lograr la expansión completa del alma hacia la espiritualidad, en relación con los otros seres humanos, al mundo y la materia en que estamos ahora, y con relación a abarcar y llegar a lo divino, pero en una forma de comunicación y de participación activa, no en un monasterio, no en una gruta, sino que en el mundo de todos los días y a nuestro alrededor.

Esto crea los estados de conciencia y hay estados de conciencia positivos y negativos; el positivo se refiere a un estado de perfección de la voluntad de ser el que soy, aceptarme como soy, con mis partes iluminadas y mis partes oscuras, con comunicación entre mis sentimientos y mi mente racional, para de ambos sacar una respuesta. El estado de conciencia negativo es maravilloso, porque se llega a él a través de la renuncia del “Yo” consciente hacia los otros mediante el amor del alma, hacia el mundo y hacia lo espiritual del universo entero.

El alma está tanto en el corazón como en la mente del ser humano y la remecen los llamados espirituales que se producen ante cada uno de los fracasos y obstáculos que tenemos en nuestras vidas, aquellos que nos causan penas, temores, rabias, miedo. El desarrollo de esta alma en cada etapa se llama estado de conciencia y si se aprende a superarlo se produce un cambio del estado del alma hacia un nivel superior.

Entonces, la enfermedad es una desarmonía entre cuerpo, mente y espíritu, pero lo más importante, y esto hay que decirlo y repetirlo a los pacientes y a sus familias, es la oportunidad de recuperar el completo equilibrio de la esencia del Ser, con un trabajo que puede ser rápido o lento, pero que va a durar algún tiempo, depende de cada cual. Algunos pueden demorar medio año, un año, y en otros pacientes puede durar siete años a lo más.

El amor es la puerta que permite que el alma trascienda el estado del “Yo” consciente positivo hacia la negación del “Yo” consciente, para abrirnos hacia los otros y alcanzar la espiritualidad. Si no tenemos amor hacia nosotros y no nos importa tanto amarnos porque ya nos conocemos y sabemos quiénes somos, es posible que salgamos a darnos a los otros; eso vale para los que creen y para los que no creen. Es lo que Dios vino a decirnos con el último de los profetas, para algunos, y con el hijo de Dios, para otros: “Amáos los unos a los otros como ustedes se amen a sí mismos”.

Si cada uno de nosotros cree que es una criatura que no se creó a sí misma, ya que incluso la unión de los gametos de los padres hecha “in vitro” necesita una chispa de algo que no sabemos lo que es y que permite la unión de los genes en forma única en el universo; si este “Yo” consciente, conocido por sí mismo, trasciende al negarse a sí mismo por los otros, se puede alcanzar la espiritualidad sin dejar de quererse. O sea, Dios nos crea, o la palabra con que designemos a Dios en la espiritualidad que sea, desde la cultura espiritual más simple, indígena, chamánica o más profunda, hasta la más refinada y compleja de las religiones que ustedes quieran, para alcanzar el estado de la espiritualidad permanente, trascender y permanecer en aquello que llamamos “divino”, logrando establecer la armonía entre lo humano limitado y lo divino sin límites.

Respecto del trabajo concreto que venimos realizando en nuestro grupo, ha consistido en una terapia integral, psicobiológica, en equipo. Ello significa acoger al paciente, hacerle el diagnóstico lo más preciso posible y educarlo con sentido de verdad, integridad y libertad. Él queda en libertad de escoger los caminos que le mostramos o de no hacerlo; se le dice: “es usted quien es capaz de cambiar, nosotros podemos darle la ayuda de los distintos especialistas que nos acompañan, darle las mejores opciones”, pero quien toma la decisión y la realiza es el paciente y es él quien se sana.

El grupo de trabajo se limita, por un lado, a armonizar los distintos aspectos en conflicto que presenta el paciente y generar cambios con participación responsable del paciente; se constituye en un equipo de simples ayudadores, puentes de energía y conocimiento, y educan al paciente en su verdadera condición, pero siempre con esperanza y sin miedo.

Los pacientes con lupus o artritis reumatoídea, por ejemplo, llegan atemorizados, tienen temor a la invalidez y a la muerte, pero si pierden ese miedo empiezan a sanar y se potencian así los resultados terapéuticos; pueden usar menos medicamentos y si necesitan medicamentos serán los más específicos posibles, pues, además, cada día son más las terapias biológicas precisas, que aunque cuesten más dinero, la relación costo- beneficio en tiempo y en calidad de vida de los pacientes que se han estudiado y tratado así es increíblemente exitosa.

Las metas son que el paciente se asuma a sí mismo en su verdad y condición, que sea capaz de cambiar o modular aquellas zonas de su personalidad que son causa de sus conflictos y de reconocer las señales de estos conflictos que emite su cuerpo, pues hay pacientes que no sienten su cuerpo, que no han visto su cuerpo, que no se han visto la cara en varios años, se miran al espejo y se peinan maquinalmente, y no saben cómo son, no saben qué es lo que les pasa.

El paciente pierde los temores y aprende así a reconocer sus propios mecanismos psicobiológicos de sanación y, más aún, a utilizarlos de manera adecuada. Mientras más precoz e integral sea el proceso, más precoz y mejor es su sanación.

El equipo tiene y debe tener una actitud terapéutica sanadora; como médico, psicólogo u otro profesional, se está aquí para ayudar, para conversar y, por qué no decirlo, también para aprender. El paciente debe recibir ayuda desde el inicio con una acogida integral, se le debe escuchar en su totalidad, tanto en su mente, que nos cuenta lo que pasa, como en su cuerpo, que se mueve, que se distancia o que se acerca; y en sus relaciones con su alma y su espíritu, y con el medio sociocultural y físico que le rodea.

Se debe indagar, con un examen muy minucioso y detallado del cuerpo, con técnicas de laboratorio e imágenes y diagnosticar todas las relaciones que existen en esa persona, en particular en los tres niveles, para ver cómo ha llegado la enfermedad, cuyo diagnóstico debe ser lo más cercano a la verdad posible.

Es preciso trabajar con la verdad y educar al paciente y sus familiares, informar verazmente, con un lenguaje común, sencillo, explícito, afectuoso y emocional sobre el diagnóstico, tratamiento y pronóstico, de acuerdo a la necesidad de ese paciente.
Siempre dando esperanzas, porque la ciencia avanza y avanza, y nosotros debemos estar siempre muy dispuestos al estudio, en relación con la necesidad de ese ser único, para así guiar la terapéutica con conocimiento, responsabilidad y afecto por el paciente, y con esperanza.

El paciente tiene una actitud terapeútica sanadora cuando establece una empatía con el médico, tiene confianza en la capacidad sanadora de su propio cuerpo al que ha aprendido a valorar, no siente pánico ni miedo de enfrentar la gravedad de su enfermedad, se enfoca hacia metas creativas y significativas, toma libremente y con responsabilidad la decisión de su propia curación y mantiene su buen humor, y así crea un ambiente grato a su alrededor, no quejoso ni depresivo.

En el juramento de Hipócrates, él jura invocando a los dioses: Apolo médico, Asclepio, su hijo, diosas Egea y Panacea, así como a todos los dioses y diosas, y los pone de testigos de que dará cumplimiento, en la medida de sus fuerzas y de acuerdo con su criterio, a ese juramento y compromiso, y dice también que “en la pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte”.