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Psicopatología del delirio (II)

Psychopathology of delirium (II)

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de una conferencia dictada en el Curso Internacional Avances en Esquizofrenia, realizado los días 5 de agosto y 2 de diciembre de 2004.
Organizan: Sociedad Chilena de Psiquiatría Biológica; Departamento de Psiquiatría Sur, Facultad de Medicina - U. de Chile; Servicio de Psiquiatría "Dr. Juan Marconi Tassara"; Complejo Asistencial Barros Luco y Hospital Psiquiátrico “El Peral".

Lo comprensible y lo explicable

Hay muchos libros interesantes sobre el delirio. Uno es el de Germán Berríos, que está en español y en el que el autor enunció algunas discrepancias con los criterios utilizados previamente para definir el delirio. Otro autor importante es Giraud, que no escribió libros, pero publicó muchos artículos en los anales médicos psicológicos. Por último, cabe mencionar la psicopatología de Sims, si bien éste cometió varios errores en la comprensión de Jaspers.

Un aspecto trascendental del delirio, ya no sobre su estructura, es el que se relaciona con la posibilidad de comprenderlo o explicarlo, problema que, en su época, fue motivo de una discusión intensa, casi frenética, entre alemanes y franceses, a la que posteriormente se incorporaron los estadounidenses, cuando los alemanes de origen judío emigraron a los Estados Unidos.

El punto en discusión consiste en definir si el delirio se puede comprender o si es algo que le sucede a un sujeto en un momento determinado; en otros términos, si se trata de un proceso o de un desarrollo.

Sims dijo que no puede haber una definición fenomenológica del delirio, porque el paciente tiene una creencia y cree en su delirio con la misma convicción con que un sujeto normal cree en sus ideas. Esto es no entender lo que es la fenomenología; es decir, no haberse percatado de que su incomprensibilidad no tiene que ver con la comprensibilidad del sujeto, y que el delirio no se describe en la literatura desde el punto de vista de la historia personal de los individuos, sino de la historia personal de los individuos que lo enfrentan.

Jaspers asignó al delirio tres componentes importantes para que se le considere como tal: debe ser una idea que se mantiene con inusual convicción, que no se ajusta a la lógica normal y a la que el entorno del sujeto considera absurda. Por tanto, el problema del delirio no es sino el complejo problema de la certeza, que se presenta solamente en el territorio de la psiquiatría, ya que en ningún otro campo se da el fenómeno de que haya certeza sin verdad y verdad sin certeza. Un obsesivo y un delirante aparecen como personas absurdas, precisamente por eso. En el primer caso, el sujeto conoce la verdad, pero no le llega nunca la certeza; por ejemplo, sabe que cerró la puerta, pero nunca está seguro y vuelve atrás a revisarla una y otra vez. El delirante, en cambio, tiene la certeza más absoluta sobre la realidad de su alucinación.

Hamilton fue muy importante, no sólo por su escala, sino porque tradujo al inglés la psicopatología de Jaspers (Hamilton se llamaba Hamich y se cambió de nombre cuando llegó a Inglaterra, como hicieron muchos judíos alemanes). La traducción está muy bien hecha, pero el autor se saltó una palabra y generó un verdadero descalabro al dar a entender que la idea central de Jaspers sobre el delirio era algo que ocurría de súbito, rápidamente, “inmediatamente”, cuando en realidad, la palabra “inmediatamente” fue utilizada por el autor en el sentido de “sin mediación de nada” o “no mediado por”. A raíz de esto, Hamilton tradujo la idea de Jaspers sobre el delirio como una creencia falsa e inmodificable que se origina en un proceso morboso interno, lo que originó la idea, que desde entonces tenemos incorporada, de que es un problema interno, endógeno, aunque hace sólo unos pocos años se ha empezado a determinar con cierta precisión en qué parte del sistema nervioso residiría aquella función cuya alteración genera el delirio.

Bleuler, importante psicopatólogo, insistió en que el delirio no es sino un trastorno del significado simbólico, de origen desconocido, en el cual no están alteradas ni la percepción ni la inteligencia, fenómeno que ocurre sólo en la esquizofrenia. Para él, los dos elementos centrales son la intuición delirante y la percepción delirante.

Posteriormente, se originó una discusión que duró mucho tiempo, en la que Jaspers no participó, sobre los delirios primarios, idea que planteó Schneider. Este hombre extraordinario describió los conceptos de explicar y comprender, y las condiciones significativas que determinan que una idea sea un delirio. Lamentablemente, sufrió un accidente mientras andaba en bicicleta; de lo contrario, quizás la psiquiatría habría sido conducida en forma más inteligente.

Wernicke, que fue un hombre de inteligencia muy penetrante, superior a la de sus contemporáneos, había desarrollado el término ideas autóctonas para referirse a las ideas que los demás llamaban delirantes, con el fin de dar a entender que son ideas del territorio puro del sujeto. Schneider hizo una aclaración importante, en el sentido de que no hay que confundir los síntomas primarios, que son los que aparecen, sin causa comprensible, en el contexto de la psicosis, con las condiciones del delirio.

De aquí surgió la famosa discusión sobre la percepción delirante, considerada como el fenómeno más exclusivamente patológico; aunque el planteamiento jaspersiano daba, a la idea o a la intuición delirante, mayor valor que a la reflexión delirante. No obstante, tenemos el delirio autóctono, la intuición delirante, la percepción delirante, la atmósfera delirante y los recuerdos delirantes; es decir, cualquier cosa que pase puede tener carácter de delirante.

Kurt Schneider estableció la diferencia entre la idea delirante y la percepción delirante, interesante desde el punto de vista de la discusión, pero bizantina desde el punto de vista de la psicopatología, pues plantea que la idea delirante surge a la conciencia del sujeto con espontaneidad absoluta, como una realidad inmodificable; en cambio, la percepción delirante es bimodal, primero hay que ver y después se delira con lo que se ve.

Husserl, en el tercer tomo de sus investigaciones lógicas, declaró que la idea de que la conciencia es una estructura que se da cuenta de la realidad, o que coge la realidad, la cual existe como una entidad aparte, o sea, la idea de que conciencia y realidad son un fenómeno bimodal, era errónea, porque la conciencia es conciencia de, no hay conciencia sin el de; entonces, desde el punto de vista de Husserl, esta discusión de la bimodalidad sirve para que se entienda que la percepción delirante se refiere a que yo vi algo, deliro con respecto a lo que vi y le doy un significado anómalo, inusual; pero no sirve desde el punto de vista de cómo el sujeto lo vive.

El delirio: ¿proceso o desarrollo?

Las consideraciones anteriores hicieron surgir una interesante discusión entre dos facciones: una de ellas liderada por Kretschmer, que estuvo en Chile en el año 1952, quien pensaba que, si se estudia con cuidado el origen del delirio, siempre se va a encontrar indicios de su aparición. En su libro Delirio Sensitivo de Autorreferencia describe cómo crece la idea delirante de acuerdo con la estructura de la personalidad del sujeto, o sea, cómo se produce su desarrollo.

Para Jaspers, en cambio, se trata de un proceso que se define como un acontecer temporal que no tiene antecedentes en el sujeto mismo y que surge de improviso, sin que haya relación ninguna con la estructura del pasado de ese individuo. Jaspers afirma que se trata de un caso de cambio de personalidad y que sólo ese cambio permite que la persona pueda creer lo que está creyendo. Lo anterior sirve para diferenciar entre las ideas delirantes, que son las que emergen en forma súbita, desconectadas de la realidad anterior, y las ideas deliroides; las primeras surgen sin que exista un pre que las tiña de la posibilidad de comprensión.

En cambio, Kretschmer demuestra, en sus fantásticas descripciones, que prácticamente en todos los casos se puede trazar una línea de comprensividad, de tal manera que la idea no es un acontecer súbito totalmente desligado de la realidad de ese sujeto, sino que es el resultado de un desarrollo que permanece oculto hasta que una circunstancia externa desencadena su manifestación.

Jaspers piensa que el delirio es síntoma de una enfermedad, criterio que extrae de la idea de forma y contenido que desarrolló Kant, en el sentido de que todas las cosas tienen que tener forma y contenido. Por otro lado, Jaspers afirma que es una creencia testable por la realidad, noción central para la discusión posterior: hay fuentes del delirio y éste es un fenómeno heterogéneo. “No le pregunten al delirio de dónde viene”, dice Jaspers, con estas mismas palabras.

El pensamiento de Jaspers se contrapone con el de Berríos (1) que, en su libro Historia de los Síntomas en Psiquiatría, dice que el delirio es una construcción teórica; que es, luego, reemplazable; es decir, de eso que escuchamos, nosotros hemos hecho una construcción; podríamos haber hecho otra, es decir, no tiene sentido. Para afirmar lo dicho, se basa en el pensamiento de Austin, que fue el principal encargado de decodificar los mensajes en clave de los espías alemanes durante la II guerra mundial; terminada ésta, volvió a Oxford como profesor de filosofía moral y después se dedicó a la lingüística.

El delirio: un “acto de habla” vacío

Austin escribió un libro precioso, muy cómico, titulado Sense and Sensibility, además del conocido Cómo hacer cosas con palabras. En él cuenta que, mientras miraba un toro en un campo, se dio cuenta de que si decía: “En ese campo hay un toro”, podía decir muchas cosas al mismo tiempo, pero en primera instancia quería decir una sola cosa. Dedicó un libro entero y varias conferencias a esta idea, para combatir el concepto que sostenía un filósofo inglés de esa época, para quien la persona nunca tiene contacto con la realidad como tal, sino sólo con lo que dice haber percibido; o sea, que los objetos no se contactan con la persona.

Austin decidió demostrar que esto no era cierto, ya que, por ejemplo, si digo que ahí hay un toro, es una alocución clara y precisa; pero también puedo decirlo de tal forma que el otro sienta miedo del toro y decida actuar al respecto, lo que da paso a lo perlocutorio, que se refiere a formas de conductas que se generan por lo que dijo alguien; en este caso, que el otro salga corriendo por si el toro ataca. Luego empieza a describir todo lo que quiere decir una palabra o una frase, y desarrolla el concepto, muy importante, de que hay actos de habla vacíos, que no tienen significado, pero que se pueden decir. Un acto de habla vacío comunica gramaticalmente una frase que, sin embargo, desde el punto de vista perlocutorio, no tiene ningún sentido, porque no significa nada para el que lo escucha.

Esto es lo que dice Austin y que Berríos toma para afirmar que el delirio es un acto de habla heterogéneo, en el sentido de que puede tener varios cursos y formas; o sea, que el delirio es como cualquier otro acto declarativo del lenguaje; puede ser verdadero o falso, no tiene importancia, pero conlleva un error considerable, que es creer que hay allí una información.

Referirse a algo sobre el mundo o el yo del sujeto no indica que eso sea una información que de alguna manera él pueda utilizar. Si Austin y Berríos hubieran tenido acceso al concepto del reflejo de orientación, dirían que el delirio no causaría en el auditor normal un reflejo de orientación sino que causaría sólo habituación. Estos actos de palabra vacíos tienen sesgo cultural, ideacional, emocional, volicional, intelectual, cognitivo, etc. Por esto el delirio no tiene significación como tal, porque es la plasmación de algo que yo no conozco, o no manejo, o no me llega, pero yo, an-fenomenológicamente, he hecho un esfuerzo para darle un significado, para rellenarlo. Berríos habría dicho que, si he hecho eso, he sido un mal fenomenólogo.

Lo anterior se puede contrastar con lo que se ha pensado históricamente sobre el delirio. En el Leviatán, Job dice que estar delirando es ser loco; en el loco, la facultad de razonar está intacta, son los delirios los que están equivocados, porque sus premisas están equivocadas; es decir, el loco no está loco en el sentido de lo estructural, sino en el sentido del significado y creencias. Así se llega a Berríos, que dice que “creer que los delirios son ideas verdaderas, es una equivocación muy grande”. Austin dice que los delirios son actos de habla pasiva, disfrazados de ideas.

Una anécdota del año 1500 podría explicar este aserto. Un joven poeta va a ver a Quevedo y le dice: “Maestro, quiero leerle un poema mío, porque usted es el más alto poeta de la nación y quiero que usted me escuche”. Quevedo acepta, el joven le lee su poema y entonces Quevedo le pregunta lo que quiere decir. El joven contesta: “Quiero decir que el amor es la cosa suprema del mundo, regula todas las relaciones entre los hombres, es central para la nación y para la vida individual de cada persona y puede ser la guía, para siempre, del ser humano”. Quevedo le contesta: “Y entonces, ¿por qué no lo dice? ” Eso sería, más o menos, lo que pasa con el delirio; el delirio podría explicarse, de alguna manera, pero no se puede comprender, ni es capaz de abrirse para que yo vea su interior.

Una tabla de salvación para el mundo de la psicopatología es la aparición de aquellas ideas que son delirantes secundarias, también llamadas deliroides, que han orientado el estudio actualmente, no hacia el delirio sino a las experiencias predelirantes, para ubicar, si es posible, el origen del delirio. Todos los fenómenos predelirantes, como por ejemplo, el humor delirante y la perplejidad, están menos distorsionados que el delirio propiamente tal, y entonces podemos utilizarlos para analizar con más cuidado si existe un correlato biológico a su aparición.

Freud y posteriormente Kretschmer, Bleuler y Chomsky, están por el lado de los afectos. El delirio es una manera de enfermar de los afectos; sin que los afectos se enfermen, no hay posibilidad de que el delirio se produzca. Kretschmer lo dice en forma más precisa: carácter, vivencia y ambiente se juntan para que, en un momento determinado, estalle una forma de pensar en el mundo que es el delirio.

La esquizofrenia como una enfermedad afectiva

Chomsky ha tenido una influencia extraordinaria dentro de la psiquiatría, en los últimos años, debido a que su insistencia en que la esquizofrenia “es una enfermedad afectiva”, lo ha llevado a diseñar formas y lugares de tratamiento para los enfermos esquizofrénicos, en los que se toma mucho más en cuenta los elementos afectivos. Hace 25 años, a lo más que se llegaba era a decir que la depresión de la esquizofrenia era una depresión revelada, es decir, cuando se trataban los síntomas, fundamentalmente cognitivos, se revelaban los afectivos que estaban escondidos detrás. Chomsky dice que es al revés, que lo cognitivo ha sido producido por lo afectivo.

La otra línea, más claramente biológica, es la de Wernicke y Chasland. Éste hablaba de muchas cosas interesantes, en las cuales los afectos y las alucinaciones cumplían un papel muy importante, y hacía notar que los delirios de persecución tenían fundamentalmente voces; en cambio, los delirios de otros órdenes traían alucinaciones, con más frecuencia visuales que auditivas. Chasland explicaba que el contenido mismo del delirio generaba la sintomatología, para que el sujeto percibiera el núcleo de esa enfermedad.

El juicio de la psiquiatría alemana establece que el delirio es una interpretación sin razón, una intuición sin causa, una actitud sin base, no representa deseos sublimados ni reprimidos, ni (esto es un mensaje para Freud) es secundario a otros fenómenos; no tiene relación con la construcción; es un signo de disfunción cerebral. Éste es el hijo completo de Jaspers, Schneider, Bleuler y Meyer.

Pero por otro lado, el de Berríos, los delirios son, posiblemente, actos de habla vacíos; su contenido no es una referencia del yo para el mundo; no son la expresión simbólica de nada; son sólo fragmentos de información atrapados, al azar, en el momento en que el delirio se cristaliza, como los insectos que aparecen en un pedazo de ámbar.

Ideas sobrevaloradas e ideas obsesivas

Estos son los caminos que ha seguido la investigación del delirio y no se ha progresado mucho más. Sin embargo, paralelamente a lo delirante ciertos aspectos han producido mucha preocupación: por ejemplo, cómo definir si una persona está delirando o solamente tiene una idea que es muy exagerada y la lleva hasta un punto más allá de lo esperable. Todas estas ideas se ilustran muy bien con una antigua poesía popular española que reza: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos”, lo que quiere decir que es cierto lo que creen muchos, aunque sea una tontería. Las ideas sobrevaloradas nacen, de alguna manera, con esas características.

Para explicar el fenómeno, Wernicke aplica una teoría muy mecanicista, que llama la sejunción. Él piensa que las neuronas se contactan, de alguna manera, para estar de acuerdo y transferirse mensajes; así dan origen a la actividad mental, la que tiene un correlato anatómico. En la afasia transcortical de Wernicke, cuando esta sejunción se origina en forma imperfecta, no lleva al delirio sino que da origen a ideas que aparecen como sobrevaloradas, pero que no tienen la consistencia del delirio. La sejunción, según Wernicke, relaja la arquitectura de la personalidad, causa una solución de continuidad del aparato asociativo y, por último, altera la personalidad. Él cree que hay centros sensoriales aislados y centros de percepción aislados (aunque la idea no es únicamente de Wernicke).

Más adelante aparece en la historia de la Psiquiatría un personaje extraordinario, Clérambault, quien dice que “las fibras que conducen la información desde el exterior hacia el cerebro tienen asociadas unas fibras muy finas que permiten que el sujeto sepa si lo que está pasando le está pasando a él o no”. Es la única manera de explicar que a algunos sujetos les ocurran cosas y no sepan si les están pasando a ellos ni si les pertenecen. En otras palabras, el sentido de pertenencia se siente, cerebralmente, con independencia de lo que se siente, y esa es la única manera, según Clérambault, de explicar que un sujeto tenga fenómenos de eco de la lectura o del pensamiento, o de voces que se le imponen, porque carece de esa fibra fina que le permite darse cuenta de que eso le ocurre a él y entonces postula que eso le debe de estar pasando a otro.

Wernicke plantea que las ideas obsesivas son distintas de las ideas sobrevaloradas, porque forman parte del yo; en cambio, las ideas autóctonas o delirantes muestran una ruptura con el yo, lo que lleva a Berríos a decir que son actos de habla vacíos, porque el sujeto no sabe de dónde provienen ni puede comunicarlas a otro.

Lo deliroide se da cuando un sujeto tiene algún pensamiento súbito similar al delirio, pero que le produce un problema muy grande, tanto como al que le oye, hasta que el sujeto llega a la conclusión, por ejemplo, de que hay enanos que mandan rayos desde la luna porque quieren exterminarnos; este es el delirio explicativo, que es deliroide, porque ha pasado por la conciencia difusiva del sujeto y permite que éste, finalmente, se quede tranquilo.

Wernicke dice que, al sujeto que está muy enfermo y que está viviendo el humor delirante, la gente lo percibe como muy complicado, pues demuestra mucha angustia, mucha desesperación, mucha perplejidad; en cambio, el sujeto que ha llegado a una explicación delirante (el delirio explicativo de Wernicke) parece bastante más tranquilo y adecuado, y, sin embargo, está mucho más loco. La familia los percibe al revés y no se da cuenta de que, cuando parecen más locos, están más sanos, porque todavía están luchando contra la sintomatología.

Las ideas sobrevaloradas son recuerdos cargados de afectividad que existen en el hombre normal y que pueden, en casos patológicos, facilitar la aparición de un delirio circunscrito; es decir, si la sejunción es muy grande, puede llegar a delirio. En el sujeto que tiene estas ideas, ellas se conectan con todas las otras representaciones y se presentan a la conciencia del sujeto como un resultado anormal de la personalidad.

Lo dicho tiene que ver con la hipermetamorfosis parcial intrapsíquica. Dice Wernicke que la idea sobrevalorada es sobrevalorada naturalmente, porque tiene una carga afectiva extraordinaria y puede, de alguna manera, influenciar la identificación secundaria de tipo psicosensorial; es decir, las ilusiones son la consecuencia de la afectividad extraordinaria de esta idea, debido a la cual el sujeto ve lo que no es. La obnubilación, como tal, puede causar lo mismo, aunque la situación también se puede dar en el sujeto lúcido. Wernicke piensa que pueden aparecer como el primer síntoma de una psicosis aguda.

Recordemos las tres esferas: la autopsique, la somatopsique y la alopsique, de Wernicke, además de la hipermetamorfosis, que es un cambio caleidoscópico de todo el mundo que rodea al sujeto, debido a alguna alteración de la conciencia, que casi siempre es mínima. Él piensa que el origen de este fenómeno es anatómico y que se origina en una zona vecina al punto de las alucinaciones, pero que la sejunción no tiene la intensidad suficiente para causar una alucinación. Por tanto, el delirio interpretativo es anterior al estado alucinatorio.

Wernicke opina que hay un sitio del cerebro cuya lesión produce el delirio propiamente tal, pero cuando la lesión ocurre en la vecindad de ese sitio y sin la intensidad suficiente, puede producir alucinaciones o ideas que de alguna manera se refuerzan, y el sujeto cree en ellas con una intensidad y afecto muy intensos, aunque no sean ciertas.

En suma, el delirio y las ideas sobrevaloradas se originarían en sitios neurológicos que se ubican más cerca o más lejos del sitio donde surge la enfermedad central. El aspecto afectivo predomina sobre el racional, por eso afecta un grupo muy grande de sentimientos en la persona y se transforma finalmente en una prolongación de la personalidad. El sujeto que tiene esa prolongación, en ese punto del cerebro, se va transformando, de acuerdo con las ideas que va creyendo, y puede terminar siendo un fanático, porque el sujeto se identifica con ellas, tienen una historia para el sujeto y éste las defiende, las comunica, las atesora, las vive.

Lo anterior demuestra categóricamente que una idea obsesiva es totalmente distinta de una idea sobrevalorada y que cualquier idea puede volverse patológica si se somete a un afecto intenso y selectivo. Un ejemplo es el del sujeto de Guyana que convenció a sus seguidores de suicidarse, colectivamente, tomando veneno.

Vivencia de las ideas sobrevaloradas

Kretschmer, muchos años después, planteó la importancia de la característica asténica o esténica de la personalidad y definió al esténico como el sujeto que reacciona contra el contenido; en cambio, el asténico lo cree inmediatamente, lo que va a determinar que la conducta sea pasiva o dominante.

Si el sujeto esténico está experimentando ideas sobrevaloradas, pensará en cómo llevarlas a cabo o manifestarlas en la forma en que cree más correcta, de donde surgen el fanatismo y la actitud paranoídea. En cambio, en el sujeto asténico, las ideas sobrevaloradas generalmente se relacionan con el carácter sensitivo paranoídeo y se viven con dolor, internamente, como una creencia que arrastra con su existencia personal.

Las ideas sobrevaloradas se acompañan frecuentemente de tensión e incertidumbre, de la sensación de que hay que llevar a cabo algo. Wernicke dice que la idea sobrevalorada rara vez permanece quieta dentro del sujeto, sin una tendencia natural de éste a realizarla, sea asténica o esténica; y molesta por su persistencia, no por su contenido (la idea obsesiva es muy distinta). En general, es posible recorrer su camino, de modo que aparece como comprensible, nunca aparece como lo típicamente delirante. El sujeto conoce la historia de su propia idea sobrevalorada y ha ido trabajándola durante la vida. El curso del pensamiento de ese sujeto es normal, vive las ideas como propias, siente que surgen del cuerpo de su conciencia; en cambio, las ideas obsesivas se imponen a la conciencia.

Hoy se plantea que las ideas sobrevaloradas pueden formar parte de la normalidad de una serie de sujetos que padecen estados paranoídeos, que pueden evolucionar hacia la paranoia, que también es una forma de delirio. Entre estos cuadros están la celotipia mórbida, la hipocondriasis, las dismorfofobias, el síndrome de Ekbom, la anorexia nerviosa y el transexualismo. Sin embargo, todo esto es discutible, ya que la gran cantidad de cosas absurdas que la gente hace actualmente en forma grupal dificulta la diferenciación entre las ideas sobrevaloradas patológicas y que constituyen formas de vivir de ciertos individuos, y el delirio claramente establecido, del delirio crónico.

Existe un síndrome en el cual el sujeto cree estar infectado con una parasitosis, casi siempre externa; cree que tiene parásitos en la cabeza, con tal convicción que cae en la hipocondriasis paranoica y vive sacándose trozos de cuero cabelludo, que guarda cuidadosamente para demostrar a las demás personas que ahí hay un parásito, sin que nadie logre convencerlos de que no es así. Este síndrome es muy difícil de tratar y rara vez responde al tratamiento clásico con medicamentos; sin embargo, como muchos otros casos de enfermedades en que lo central es lo discursivo, como en la paranoia, es mucho mejor la psicoterapia. Algunos pacientes, por gentileza con su médico, refieren una mejoría, pero en un momento de confianza confiesan que siguen pensando lo mismo y no lo habían dicho por vergüenza. Otro síndrome similar es el de las piernas inquietas, que no tiene conexión con esto.

En los trastornos obsesivo-compulsivos también se ven ideas sobrevaloradas, pero la diferencia que establece Wernicke es categórica: el sujeto siempre vive las cosas obsesivas en forma disgustante, y es uno de los criterios establecidos para decir que un fenómeno es obsesivo.

Referencia

De G. E. Berríos, The History of Mental Symptoms. Cambridge Univ. Press., 1995. No se trata de la historia natural o evolucionista de los síntomas, sino de la historia de su descripción y conceptualización a lo largo, sobre todo, del siglo XIX. No obstante, también es una obra interesantísima respecto al tema de esta presentación, ya que describe las principales observaciones que llevaron a desarrollar los conceptos habituales de la psicopatología y, por lo tanto, nos ayuda a rastrearlos en el proceso de hominización. Además, presenta una extensa bibliografía en la que reseña todas las obras importantes de casi dos siglos de psiquiatría.