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Algunos alcances sobre genética y ética

Considerations on genetics and ethics

Antes que floreciera la genética como ciencia y cuando aún no se vislumbraba que el ser humano pudiese llegar a influir sobre su propia dotación genética, ya había intentos de dirigir la herencia mediante la selección de progenitores, o de impedir la reproducción de seres humanos considerados enfermos o inferiores. Estos intentos, indiscutiblemente reprobable desde el punto de vista ético, fueron fomentados especialmente por regímenes dictatoriales, pero también aparecieron esporádicamente en países democráticos que consideraban peligroso que procrearan personas incapaces de insertarse en la vida social y de cuidar a sus hijos.

No es de extrañar, entonces, que los avasalladores avances de la genética hayan creado suspicacia, desazón y rechazo. Es función de la bioética ayudar a calibrar estas reflexiones, tal como es función de los médicos formarse una opinión y estar en condiciones de contribuir al debate ciudadano en general, esclarecer a sus pacientes en particular. La genética enarbola cuatro argumentos que avalarían su utilidad:

1. La interacción genética en seres vivos simples- vegetales, bacterias- permite cultivar especies que tienen ventajas sobre las naturalmente dadas, siendo más resistentes, de mayor productividad o dotadas de deseables características nuevas.

2. La manipulación genética en animales superiores también ha rendido potenciales beneficios en cuanto a seleccionar ciertas características que pueden ser útiles a la humanidad, o que sirven de fundamento para el mejor conocimiento de la genética aplicada a seres humanos. La genética terapéutica en seres humanos, orientada hacia la extirpación y el reemplazo de genes defectuosos o determinantes de enfermedades, como un modo de prevenir patologías y predisposiciones mórbidas.

3. La genética meliorativa y perfectiva permite seleccionar dotaciones génicas que mejoran ciertas capacidades del ser humano o que perfeccionan determinadas características y funciones más allá de los rangos fisiológicos naturales –cuocientes intelectuales elevados, longevidad extrema, etc.-.

La medicina y la bioética no pueden desconocer o desechar sin más los beneficios y las potencialidades terapéuticas, so pena de caer en posturas retrógradas como las que a lo largo de la historia han rechazado innovaciones y postergado su aplicación, ejemplos de lo cual abundan, desde la demora en reconocer que los cítricos previenen el escorbuto, el rechazo de ciertas medidas de salud pública consideradas inadecuadas o lesivas, la lenta aceptación de la antisepsis listeriana, los temores frente a las primeras vacunas, los 16 años que mediaron entre el descubrimiento de la penicilina (1928) y su disponibilidad clínica (1944).

La genética no está dispuesta a ser postergada por razones de escepticismo, prejuicios o temores, y la medicina se siente obligada a ponderar sin demora las implicaciones de esta tecnociencia. De allí que sea preciso y urgente el debate a fondo entre científicos naturales y la ciudadanía, con intermediación de cientistas sociales, humanistas, filósofos y bioeticistas, todos los cuales han de esclarecer y calibrar los valores biológicos, culturales, religiosos y sociales comprometidos, a fin de que la investigación genética cumpla con lo que el ser humano anhela y requiere, y no meramente con lo que la ciencia le permite realizar.

Efectos de la transgenia
La intervención genética impresiona por sus enormes y, aún en gran medida, ignotas consecuencias. Generar un ser vivo de acuerdo a un plan parece una transgresión de lo que el ser humano se puede permitir, y ha sido condenado como el afán de “jugar a Dios”. Sin embargo, desde que se inició la genética han aparecido aplicaciones que parecen no maleficentes y de gran utilidad para el ser humano, como la soya o el maíz transgénicos –robustos y altamente productivos-, las bacterias que metabolizan petróleo y plásticos, las hortalizas de larga duración.

Esta genética “menor” no desencadena debates condenatorios, pero ha sido sometida a escrutinio moral por dos razones de otro orden: 1) porque no se descarta que la transgenia produzca efectos genéticos nefastos a largo plazo; 2) porque los productos mejorados por medios genéticos han amenazado la sobrevivencia de la agricultura tradicional y artesanal, aumentando la brecha entre los que pueden solventar el cultivo de transgénicos y luego resarcirse lucrativamente en el mercado, y los desposeídos que no compiten productivamente con sus cultivos tradicionales y que, por otro lado, no tienen el poder económico para consumir productos transgénicos ofrecidos en el mercado.

Genética en animales superiores
La intervención genética en animales superiores también produce ambigüedades valóricas, por una parte, dándose las mismas ventajas e iguales desventajas que en relación a los transgénicos más primitivos. Pero, además, las modificaciones biotecnocientíficas en la cadena vital de animales puede llevar a efectos secundarios indeseados en el ser humano. El ejemplo más reciente es el de las vacas que fueron transformadas en carnívoras y alimentadas con proteínas animales modificadas, haciéndolas susceptibles a la encefalopatía esponjosa y las convirtiéndolas en transmisoras al ser humano de la enfermedad de Creuzfeld-Jakob.

La similitud del genoma de diversas especies hace tentadora la investigación genética en animales con miras a su aplicación en seres humanos. Sin embargo, es probable que las pequeñas diferencias genómicas sean más significativas que las extensas similitudes, haciendo incierta la transferencia de información a la biología humana y arriesgando la aparición de resultados inesperados y no deseados.

El mercado biológico / El mercado genético
La genética es un desarrollo tecnocientífico de altísimo costo, que desde muy pronto dejó entrever su potencial de mercado. El mapeo del genoma humano, más que una investigación colaborativa, fue una carrera competitiva ganada, estrechamente, por la empresa privada. La ingeniería genética está plagada de patentes, en las cuales las grandes empresas consolidan sus derechos sobre técnicas de manipulación genética de modo que, si bien las leyes no permiten patentar el genoma o las secuencias génicas, si autorizan los derechos de patentes sobre técnicas de análisis y modificación, que son las verdaderamente interesantes por su aplicabilidad. De este modo se diluye la Declaración de UNESCO, según la cual el genoma es patrimonio de la humanidad y por ende no existen sobre él derechos de propiedad exclusiva.

La biología humana ha sufrido una marcada mercantilización. Aun cuando la venta de órganos está legal y moralmente proscrita, ocurre en forma clandestina; existe venta autorizada de sangre y de semen en diversos países; el pago de probandos en estudios experimentales con seres humanos es cada vez más usual, y la prensa ya ha informado sobre diversos casos de lucro obtenido por centros empresariales al modificar provechosamente tejidos extraídos por motivos terapéuticos. En todas estas instancias suele predominar la explotación del individuo por las fuerzas académicas y de mercado.

La comercialización de técnicas genéticas introduce por primera vez en la historia de la humanidad la posibilidad de gestar diferencias biológicas entre los seres humanos, y hacer depender de la solvencia de las personas el acceso a estas diferencias. Quien dispone de más medios económicos estará en condiciones de sanear, mejorar o perfeccionar su dotación genética y asegurarle a su descendencia un genoma seleccionado. El mercado genético, controlado por empresas privadas e inmune a todo control estatal, permitirá a corto plazo la discriminación de seres humanos en pudientes y genéticamente depurados, frente a los desposeídos y entregados a los avatares de la dotación de genes recombinados al azar, que incluye mutaciones deletéreas y la transmisión de recesivos patogénicos.

Genética humana: medios y fines
Uno de los grandes avances genéticos ha sido el cultivo de células troncales a fin de implantar tejidos sanos que sustituyan las funciones de un órgano enfermo o disfuncional. Estas células son pluripotenciales por cuanto se obtienen de blastocitos humanos, lo cual plantea dos problemas éticos. Primero, en tanto las células pluripotenciales provienen de un aborto o de un embrión supernumerario sobrante de una fertilización asistida. Para quienes el embrión existe como ser humano desde la concepción, se produce aquí un homicidio. Pero aun si la proveniencia fuese inobjetable, como en el caso de un aborto espontáneo, resulta manipulativo cultivar el embrión hasta la etapa de blastocito y luego derivar su crecimiento ulterior hacia la línea celular deseada, pues sería abusivo intervenir en un ser humano, aun cuando de desarrollo frustro, para que no llegue a serlo.

Para quienes, en cambio, el embrión sólo existe como tal a partir del 14º día, cuando se individualiza, anida y comienza a desarrollar la cresta neural, no habría impedimento ético y sería, por el contrario, médicamente deseable, realizar el desarrollo de células troncales contra el mal de Parkinson o la enfermedad de Tay-Sachs, la diabetes, las degeneraciones cardiovasculares.

Las dos posiciones no podrán encontrarse. Para unos, el conceptus es en todo momento animado, partícipe de la sacralidad de lo humano y por lo tanto dotado del mismo status moral que un ser humano adulto. Para los otros, no hay status moral equivalente al ser humano en tanto no se produzcan ciertas etapas de desarrollo y sea altamente probable la viabilidad del embrión.

Hay primeros resultados en la obtención de células troncales a partir de otras fuentes, lo cual obviaría la disputa sobre la legitimidad ética de su origen. Sin embargo, es evidente que esta discusión en torno al origen no es el único argumento en contra de la clonación. Nuevamente, se divide el campo en aquellos que aceptan la clonación únicamente de tejidos y órganos humanos, ya sea a partir de cualquier célula pluripotencial o desde células que no impliquen la destrucción de embriones, y los menos que no ven dificultades morales en extender las técnicas de clonación para gestar seres humanos. Además, hay que diferenciar la clonación por división embrionaria de la clonación por transferencia nuclear. La primera no es una réplica genética de un progenitor sino que de un embrión cuyo genoma ha sido recombinado a partir de dos gestores. Es una gemelación artificial, donde lo discutible es la manipulación del embrión. La segunda, en cambio, constituye una réplica genética de un solo progenitor, con lo cual se abre el debate sobre los problemas éticos de programas un ser humano con un genoma determinado e invariado.

El terreno es resbaladizo porque se sustenta en valores y creencias, más que en argumentos. Como ninguna de las posiciones ha logrado elaborar un discurso que sea convincente, ocurre que la ingeniería genética continúa su camino y busca avanzar en todos los flancos, incluyendo el de clonar seres humanos. Al amparo de la indecisión ética, se anuncian las primeras ofertas de clonación humana en algún lugar clandestino e inalcanzable por la ley. En el horizonte se vislumbra solamente un argumento que da cierta firmeza a la posición de rechazar la clonación de seres humanos y que se basa en aquella formulación del imperativo categórico de Kant, según la cual debemos obrar de modo que toda otra persona sea entendida como un fin en sí, jamás solamente como medio.

El imperativo kantiano es la fórmula éticamente más aceptada para dar real vigencia al principio del respeto por las personas, principio que es admitido indiscutidamente por toda perspectiva ética. La intención de clonar un nuevo ser se origina en el deseo de dar vida a un individuo con determinadas características, sea por un afán de perpetuación, de reponer a una persona querida que murió, de tener un individuo cuya dotación genética le permita ser donante de órganos o tejidos para un familiar enfermo, o por una autoestima exacerbada que busca perpetuarse. Cualquiera sea el motivo para desear una clonación humana, siempre es desencadenada por el deseo de una persona, y eso significa que el ser humano clonado será invariablemente un individuo cuyas características cumplen los designios del que le dio vida. Por definición, entonces, toda manipulación genética destinada a generar un clon humano es profundamente inmoral porque condiciona al nuevo individuo a ser el medio para los fines deseados por el gestor.

Los medios de la genética son éticamente aceptables si y sólo si los fines lo son. Lo que no significa que todo medio se justifica por los fines, pero al menos descarta que un fin inaceptable se valga de medios en sí carente de connotación ética. Llevado a la práctica de la manipulación genética en humanos, significa que los fines terapéuticos son en general aceptables si los medios lo son, los fines meliorativos y perfectivos son inaceptables en tanto lesionan el principio de justicia, y la clonación de seres humanos es un fin absolutamente inaceptable.

En cuanto a los medios, no habrá acuerdo sobre cuáles son moralmente lícitos y cuáles no, por cuanto no hay claridad sobre el status ontológico del embrión (¿Es un ser humano? ¿Es un preembrión? ¿Es persona?) ni sobre su status moral. En estas condiciones, no pueden producirse posturas absolutas que necesariamente violentarían las creencias y los valores de quienes disienten.

En suma
Los dilemas éticos en torno a las posibilidades de intervención genética en el ser humano son múltiples, teniendo la doble característica de producir consecuencias incalculables a futuro, y de estar anclados en creencias y en valores culturales que tienen plena validez, pero carecen de vinculación universal. No hay, ni habrá, argumentación racional que dirima estos dilemas. Por ello se llama con frecuencia a la prudencia de no exacerbar la expansión de la genética en tanto no se llegue a acuerdos sobre lo que es lícito permitir y lo que es necesario restringir.

Por lo antedicho, no serán éstos acuerdos de tipo consensual. Es preciso ir avanzando de modo que sea permisible todo lo que no daña –principio de no maleficencia- y que estos avances muestren una accesibilidad ecuánime –principio de justicia-, ya que sería nefasto para el orden social si los beneficios genéticos sólo estuviesen al alcance de los más pudientes. Si así sucediese, y el desarrollo del mercado genético lo hace temer, se producirá una profunda escisión entre los económica, y ahora biológicamente privilegiados, y el resto de la población.