Atención primaria

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El apego temprano de madre e hijo

Early bonding of mother and child

Influencia del niño en la madre

Tradicionalmente, la interacción entre la madre y el hijo se evaluaba desde el punto de vista de la madre, entendiendo como tal al cuidador o cuidadora principal, que por lo general es la madre biológica, aunque puede no serlo. Hoy se sabe que el niño influye desde un principio en el comportamiento materno y que cada nuevo ser humano evoca distintos sentimientos en sus progenitores, no sólo por su temperamento fácil o difícil, sino también por la eventual presencia de enfermedades, uso de medicamentos, estados de desnutrición, etc. Por lo tanto, esta relación es recíproca y ambos componentes contribuyen a la interacción.

La evidencia indica que los recién nacidos tienden a poner atención en algunos estímulos más que en otros y que atienden más a los rostros y voces humanas; además, nacen equipados para organizar sus respuestas en patrones de comportamiento que facilitan la interacción y el vínculo, como el llanto, la succión y, más tarde, la sonrisa, lo que, de alguna manera, determina que el otro responda de una manera determinada, que es la que el recién nacido necesita y que algunos autores han denominado conducta de “maternaje”. La teoría del apego establece los conceptos de sensibilidad y responsabilidad, para referirse a la capacidad de la madre de sintonizar con los estados emocionales del niño, de modo que pueda saber si llora porque tiene hambre, porque está incómodo o por otro motivo. La comunicación entre ambos tiene un significado particular, porque hay una sensibilidad o responsabilidad propia de este cuidador.

Winnicott, pediatra y psicoanalista inglés que trabajó mucho para difundir sus conceptos hacia las madres, los hospitales y los medios de comunicación, desarrolló una compleja teoría del desarrollo emocional temprano. Para aclarar sus conceptos, en una charla sobre el desarrollo social y emocional del niño comenzó diciendo que "el infante no existe", frente a lo cual la audiencia quedó atónita, hasta que explicó que cuando un médico o cualquier profesional que trabaje en el área pediátrica ve a un niño, nunca lo ve solo, porque no existe solo, sino que ve una interacción entre ese pequeño ser humano y el cuidado ambiental o materno. El autor sostuvo que la madre puede entablar esta relación de unidad gracias a que entra en un estado de preocupación maternal primaria, que surge de los cambios hormonales que sufre el organismo materno durante el embarazo y el parto, y de la experiencia de ver al recién nacido, lo que produce un estado de sintonía o receptividad emocional, tan especial, que permite que la madre actúe en forma intuitiva y aprenda rápidamente a tomar a su hijo, a mudarlo, etc., y desarrollar conductas de adaptación mutua.

Stern, también de la corriente sicoanalítica, pero norteamericano, describió la noción de constelación maternal para referirse a una estructura psíquica particular, determinada por la llegada del hijo y dada por las cuatro inquietudes principales que surgen como consecuencia de él: una, si va ser capaz de promover la vida y el crecimiento del hijo; dos, si va a poder establecer una relación de afecto satisfactoria para él y para ella misma; tres, si va a poder desarrollar una matriz de apoyo tal que le permita mantener esa relación; y cuatro, si va a ser capaz de reorganizar su identidad y sus relaciones sociales en función de este nuevo rol.

Influencia de la conducta materna en el niño

El aporte de Winnicott y su teoría sicoanalítica del vínculo temprano consistió en señalar que el niño no necesita al cuidador sólo para que satisfaga sus necesidades de alimentación, limpieza, higiene y cuidado físico, sino también para que lo sostenga en su mente, para atender su necesidad de ser pensado, atendido, de estar en el pensamiento de otro; por eso, una madre ocupada no sólo no tiene tiempo, sino que también está mentalmente ocupada en satisfacer las necesydades del hijo, comenzando por las necesidades básicas. Para ello, la madre presta su yo a ese yo todavía incipiente y pasa a ser un yo auxiliar que detecta las necesidades del niño cuando éste todavía no es capaz de expresarlas, y responde intuitivamente a ellas, basándose en la interpretación de las manifestaciones corporales del lactante (gestos, llantos, movimientos). Este proceso va a contribuir a la organización e integración psicológica de la experiencia de este niño, que pasó de estar contenido, dentro del útero, a estar falto de contención, fuera de él. La contención la entregará la madre en la medida en que aprenda a responder a las necesidades del niño de manera coherente y a facilitar el proceso de personalización de la experiencia de este nuevo ser humano.

El término contención se refiere a que ese niño todavía no tiene un aparato mental capaz de procesar sus estados emocionales, de modo que se desespera cuando siente una tensión intensa, porque la experimenta como ansiedad o displacer; el contenedor, en este caso la madre, acepta esos estados, los recibe y se los devuelve al niño debidamente procesados, en una forma que él pueda digerir; o sea, tolera la angustia del niño sin angustiarse ella misma y logra calmarlo gracias a que percibe esa angustia y va diciéndole al niño: “ya va a pasar, espera tranquilo”, mientras lo acaricia y lo mira. En cambio, si la madre se desespera porque el niño llora, se genera una espiral de angustia que puede llegar a ser insoportable, porque el lactante va a llorar más y ella se va a desesperar cada vez más. Cuando esto ocurre, la madre necesita que otro la contenga y le baje su nivel de angustia, y por eso recurre al médico; si éste también se angustia, no va a ser capaz de contenerla, pero si recibe la angustia materna, la tolera y la valida, va a lograr tranquilizarla y después podrá pensar en las posibles causas y soluciones, porque la madre no puede pensar en ese momento.

La madre no sólo estimula la interacción del niño con el mundo, sino que también debe poner barreras para que la estimulación externa no arrase con el niño y, además, funciona como una imagen especular del mundo, ya que es la primera figura externa que el niño reconoce. Si el lactante siente una necesidad, la expresa y no obtiene respuesta, va a sentir que el mundo es hostil; aquí viene el concepto de confianza o desconfianza básica, porque el hecho de vivir en un mundo que no le responde, que le es hostil, le hace sentir que no es digno de recibir una respuesta, que no tiene la fuerza necesaria para evocar una respuesta en el mundo, que no es amable, por lo tanto, él tampoco va a ser amable. Esto significa el niño empieza a crear su propia imagen desde muy temprano, por medio de la imagen especular del mundo representada por la madre. No menos difícil es la función de la madre de dejar crecer al niño y de respetar su creciente necesidad de autonomía, para comenzar a salir, simultáneamente, de ese estado mental de preocupación primaria. Por ejemplo, cuando viene el momento del destete, muchas veces son las madres quienes presentan dificultades en el proceso de separación, porque no quieren dejar de amamantar.

Historia de la teoría del apego

El término apego se ha vuelto muy popular y, por lo mismo, se ha utilizado en forma indiscriminada y poco rigurosa. La teoría del apego la formuló inicialmente Bowlby y originó una proliferación de estudios que confirmaron sus predicciones, hasta llegar, en la actualidad, a lo que se podría considerar como una tercera etapa, en la cual se ha comenzado a aplicar la teoría en otros ámbitos, como las relaciones entre adultos, las relaciones familiares y la sicopatología del desarrollo.

Bowlby, psiquiatra y psicoanalista, comenzó a interesarse en este tema cuando observó la conducta de delincuentes jóvenes y asoció sus patrones de desafecto o desapego, es decir, su incapacidad para establecer vínculos emocionales, con su historia de relaciones afectivas. Posteriormente, Bowlby se hizo cargo del Departamento Pediátrico de la Hampstead Clinic, de Londres, al que denominó Departamento de Padres e Hijos y sentó un precedente al referirse por primera vez a la importancia de esta interacción; en ese momento tomó una unidad de investigación propia y se dedicó a estudiar lo que sucedía con los niños a quienes se separaba de sus padres, planteando la hipótesis de que iban a convertirse en jóvenes desajustados socialmente e incapaces de establecer vínculos. Esto coincidió con la segunda guerra mundial, en la que muchos niños quedaron huérfanos o tuvieron que emigrar a otros países, por lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió a Bowlby que elaborara un informe sobre el posible futuro de estos niños. Para cumplir con este encargo, el autor se reunió con todos los grupos que en ese momento estaban interesados en el tema de la relación entre los lazos afectivos familiares y el desarrollo de la personalidad.

Hasta ese momento se daba la mayor importancia a la ausencia de la figura materna, pero en el informe que entregó Bowlby se utilizó por primera vez el término privación materna para definir aquella situación en que la figura materna está presente, pero es incapaz de brindar los cuidados correspondientes. Esto hizo más difícil el estudio de este vínculo, porque es mucho más fácil, en términos metodológicos, hablar de separación o no separación que de las complejidades de una interacción, ya que lo que Bowlby estableció en ese momento fue que no se trata de estar o no estar con la madre, sino de la calidad de esta relación. En la conclusión final de ese informe, el autor señaló que el hecho de establecer una relación cálida e íntima con la madre, o con el cuidador principal, es esencial para la salud mental del infante. Lo que no se sabía en ese momento era cómo, cuándo y por qué se genera este vínculo, ni cuánto dura su efecto.

Bowlby profundizó la investigación del vínculo bajo la influencia de la etología; en el desarrollo de su teoría tuvieron una fuerte influencia los estudios de Harry Harlow, en monos rhesus, efectuados en la década de 1950, y el concepto de imprinting, desarrollado por Konrad Lorenz. Harlow tuvo que separar a un grupo de pequeños monos de sus madres en forma precoz, para evitar una infección, y observó que su desarrollo posterior fue anómalo; esto lo llevó a diseñar un experimento en el cual ofrecía a los pequeños simios dos tipos de madre, una hecha de malla de alambre, que era la que proporcionaba la leche, y otra hecha de una tela suave y tibia. El resultado fue que los monitos iban a tomar leche donde la madre de malla, pero después corrían hacia la otra madre y se quedaban allí, lo que contradecía las teorías de ese momento, que señalaban que el desarrollo del vínculo estaba relacionado principalmente con la alimentación.

En 1946, el psicoanalista norteamericano Spitz describió el fenómeno de la depresión anaclítica, que influyó mucho en Bowlby, quien verificó que todos los niños a quienes se separaba de sus madres a lo menos por tres meses presentaban esta alteración emocional, caracterizada por un estado de tristeza inicial seguido de un rechazo al entorno y, por último, un fenómeno de retraimiento o aislamiento. Todos los niños que presentaban este síndrome habían sido separados de sus madres, pero no todos los niños que eran separados lo presentaban; por eso, Bowlby estableció que el vínculo social, o sea, el apego, es una necesidad primaria del ser humano que no tiene relación con la satisfacción del hambre o del instinto sexual, al contrario de lo que planteaban las teorías imperantes en ese momento; el vínculo no se debe a un proceso de asociación con quien satisface al niño estas necesidades, sino que es un proceso biológico que se hereda específicamente con el objeto de asegurar la supervivencia del individuo. Según Bowlby, este mecanismo protegió inicialmente a la especie humana de los depredadores, ya que la emisión de conductas de apugo por parte de los individuos más pequeños hizo que se les respondiera con el maternaje apropiado y se les cuidara de los peligros.

Todo vínculo afectivo perdura en el tiempo, está dirigido a una persona determinada y es causa de tensión ante su eventual separación, la que es significativa en términos emocionales; pero para que un vínculo afectivo constituya apego, uno de los individuos debe buscar seguridad y confort en la relación con el otro. En rigor, entonces, en términos de Bowlby, el apego en los padres es más bien una relación patológica, ya que el padre busca seguridad y confort en el niño, como si los roles estuvieran invertidos.

Concepto actual de apego y consecuencias sociológicas

El sistema de apego está siempre presente y es específico en nuestra especie, pero la persona no lo expresa todo el tiempo sino sólo cuando siente miedo o cansancio, cuando está enferma o cuando siente alguna amenaza o presión interna o externa. En otras palabras, el apego siempre está presente, pero las conductas de apego se van a expresar según las circunstancias, en forma análoga a lo que ocurre con los sistemas de control fisiológico, de modo que mientras la situación esté en límites normales no habrá conductas de apego visibles. Estas conductas tienen por objeto iniciar y mantener el contacto y la proximidad con el otro, y la función específica del apego es asegurar la supervivencia, aunque en esto participan otros sistemas conductuales, como la exploración del medio, que se puede hacer en la medida en que el apego sea seguro.

Aunque Bowlby reconoció que los niños pueden llegar a establecer vínculos afectivos con distintas personas, consideró que estaban predispuestos a vincularse en forma especial con una figura principal, a diferencia de otras figuras secundarias, fenómeno que denominó monotropía o monotropismo y que lo llevó a plantear que la situación más favorable para el niño era la de establecer un vínculo afectivo principal con la madre y que las situaciones en las que otras personas criaban y atendían a los niños no eran las más convenientes. Lo anterior generó un gran debate, ya que no en todas las sociedades es la madre la que tiene la tarea de cuidar a los niños, y muchos criticaron la teoría del apego por considerarla una creación de la sociedad occidental industrializada para favorecer a los hombres. Los movimientos feministas señalaron que, según esta teoría, las mujeres estaban obligadas biológicamente a responder de determinada manera y que, si eso no ocurría, significaba que su organismo estaba funcionando mal, lo que se negaron a aceptar.

El desarrollo del vínculo pasa por varias fases: en la primera, el niño emite señales hacia su medio, en forma de llanto; luego comienza a discriminar entre las personas que le responden y orienta su atención hacia una que le es significativa, pero ni la emisión de señales ni la discriminación constituyen el apego, porque el apego consiste en buscar confort y seguridad en una persona determinada, cosa que comienza a ocurrir alrededor de los 6 a 7 meses de edad, cuando las capacidades locomotoras y sicológicas del niño alcanzan un grado de desarrollo suficiente para que él pueda determinar el nivel de distancia que quiere mantener con la figura de apego, lo que coincide con la aparición de la ansiedad de separación y la ansiedad ante extraños. Posteriormente, las experiencias comienzan a ser repetitivas, con lo que el niño se forma un modelo representacional de la figura de apego, una expectativa que va a internalizar como una estructura cognitiva de lo que regularmente le ocurre en su vida en relación con esa figura. Con esta idea de modelo representacional, Bowlby explica por qué el apego se prolonga en el tiempo y por qué tiene efecto mucho tiempo después y no se limita a los primeros momentos de la vida.

En resumen, el apego es un proceso y no un período crítico; sin embargo, hasta aquí no queda claro por qué persisten las pautas, por qué los vínculos sociales con los hijos o con las parejas se relacionan y se basan en este apego. A continuación se verá que el apego es un vínculo que se establece en el niño, que genera conductas de “maternaje”, pero queda en su interior.

Vínculo entre padres e hijo

El concepto paralelo al de apego es el de bonding, que Marshall H. Klaus y John H. Kennell acuñaron en los años 70 para designar al vínculo de los padres hacia el niño. Los autores señalaron que existe un período crítico, después del parto, en el que la madre está especialmente susceptible a vincularse con su niño y que, pasado ese período de tiempo, le será difícil lograrlo. En sus estudios, Klaus y Kennell le dieron tiempo extra a un grupo de madres con sus hijos, mientras que otro grupo seguía las políticas rutinarias de separación de los hospitales, y vieron que las madres que tenían tiempo extra tenían un comportamiento materno más adecuado y los niños se desarrollaban mejor.

La metodología de estos estudios es criticable, porque parecen más bien anecdóticos, pero estos conceptos, de apego en el niño y de bonding en los padres, han tenido un gran impacto en las prácticas hospitalarias. Por ejemplo, actualmente se efectúa la sección del cordón con el recién nacido recostado sobre el pecho de la madre. Además, el concepto de bonding ha sido bastante cuestionado, porque existe una infinidad de situaciones materno-filiales y no es posible aceptar que en cualquier caso, si pasa determinada cantidad de tiempo ya no hay remedio; por ejemplo, ¿qué pasa con el bonding si el recién nacido debe permanecer en incubadora? o ¿qué pasa con los niños prematuros? Es cierto que se puede hablar de separación y tiempo crítico, pero es preciso considerar las circunstancias en que se produce esa separación, ya que es diferente si se debe a un rechazo materno o a una enfermedad del neonato, y también influye el sistema médico que se hace cargo del niño en ausencia de la madre. Aunque exista una separación física, el vínculo mental va a variar según el contexto en que ésta se produzca y la forma en que la viva la madre. En las unidades de cuidados intensivos o frente a nacimientos difíciles, los profesionales de salud pueden hacer la diferencia.

En este proceso se crean expectativas, que luego se internalizan y funcionan como estructuras cognitivas que se tienden a imponer en todas las relaciones, porque determinan cómo la persona cree, internamente, que son las relaciones y cómo espera que la traten. Visto desde esta perspectiva, el apego no sólo facilita el desarrollo temprano del niño y le permite estar más confortable, sino que es fundamental para el desarrollo de una personalidad sana.

Tipos de apego que genera el comportamiento materno

Está claro que existe una relación entre apego y desarrollo social, emocional y cognitivo, y que el apego se puede medir en conductas y representaciones; ahora, sería interesante determinar cómo influye la historia parental en el cuidado materno y en el desarrollo del apego, es decir, como influyen los vínculos de apego que un individuo tuvo en su infancia, sobre la forma en que este individuo se va a relacionar con su descendencia, en la que también se va a superponer el efecto de las características del niño. Algunos investigadores han planeado que es el temperamento del niño lo que va a determinar que se le cuide de alguna manera determinada y que va a generar en la madre un trato específico y, por lo tanto, un apego específico; otros han dado más importancia a las características del cuidado materno, apoyándose en comparaciones culturales o en estudios de poblaciones especiales, como grupos de niños prematuros o portadores de síndromes específicos.

Mary Ainsworth, discípula de Bowlby, elaboró un procedimiento clásico para evaluar el apego, que denominó la situación extraña. Consiste en observar lo que pasa en una sala entre la madre, el niño y un investigador, que es un extraño para el niño, q medida que se dan distintas situaciones: primero, la madre deja que el niño explore; luego ella se contacta con el extraño, para darle al niño una referencia social, ya que ese niño se va a relacionar con el otro dependiendo de las claves que observe en la relación entre la figura de apego con ese otro; luego se va, dejando al niño solo con el extraño; luego la madre vuelve y se reúne con el niño; después viene una segunda separación de la madre y luego, una segunda reunión; mientras, los observadores, situados detrás de espejos, registran cómo se comporta el niño en las reuniones y separaciones y cómo explora este medio. Según este comportamiento, Ainsworth describió dos tipos de apego en los niños normales: apego seguro y apego inseguro.

Según la autora, en esta situación experimental, el niño con apego seguro extraña a la madre cuando se va y puede llorar en la segunda separación, pero la clave está en que cuando ella vuelve, el niño se tranquiliza y se siente con una base segura para volver a explorar; siente que esta figura le da confianza para moverse en ese mundo. El apego inseguro puede ser de dos tipos, evitativo o ambivalente. El niño con apego evitativo juega cuando la madre se va y no llora, por lo que en un principio se creyó que era un niño independiente y seguro de sí mismo, pero a poco andar se descubrió que sólo usaba la estrategia del juego para defenderse de la ansiedad; este niño no muestra signos de extrañar a la madre cuando ésta se va, ni tampoco signos de alivio o alegría cuando ella regresa, sino que sigue concentrado en sus tareas; no deja de mirar al progenitor que sale y entra, pero cuando éste trata de consolarlo el niño se resiste, o sea, es una mezcla de “yo te busco, pero no te quiero, yo te necesito, pero quiero que me dejes solo”. Este niño no se tranquiliza con el regreso de la madre, sino que se estresa.

Posteriormente, los estudios demostraron que estos tipos de apego se correlacionan con cierto comportamiento de las madres y que el patrón evitativo, es decir, el niño que se concentra en los juguetes y no repara en la presencia o ausencia de la madre, se da en madres poco sensitivas, que no responden a las conductas de apego e incluso pueden tener un rechazo frente a ellas, o bien, son intrusivas y controladoras. En cambio, el niño muestra un apego seguro cuando la madre es sensitiva y tiene cierta sincronía con las señales que le envía el niño, al igual que una pareja que baila en forma sincrónica.

Esto queda muy claro al observar en video la interacción visual entre madres e hijos; en el caso de un niño con apego seguro, se puede ver cómo la madre y el lactante se miran, luego el niño mira hacia otro lado y vuelve a mirar a la madre sin que ésta intervenga, es decir, la madre le ofrece un marco en que permite que la mirada del niño vaya y venga. Durante la lactancia, el niño succiona, se detiene, la mamá interactúa con él y luego deja de hacerlo, porque el bebé sigue succionando, es decir, hay una sincronía entre las conductas de emisión y recepción. En cambio, un niño con apego inseguro interactúa visualmente y luego mira hacia otro lado, pero la mamá lo busca, entonces el niño trata de irse hacia el lado opuesto y la mamá de nuevo lo busca, luego trata de irse hacia arriba y la mamá lo vuelve a buscar, o sea, no permite que el niño autorregule su conducta, invade esa posibilidad; o bien, el niño va y viene y la madre no lo estimula, no lo llama a la interacción, por lo tanto, para él da lo mismo ir o no ir. El niño con un tipo de apego ambivalente tiene una madre que un día responde y otro no, de modo que no puede predecir si mañana esta mamá va a estar o no con él.

Se ha demostrado que el comportamiento materno durante el primer año de vida influye en la calidad del apego y que éste, a su vez, se relaciona con las habilidades cognitivas, sociales y emocionales futuras, como la autoestima y la autonomía. Los niños con apego seguro son más independientes, porque tienen mejor control del impulso y el sentimiento, por lo tanto tienen mejor desarrollo moral y madurez emocional; muchos estudios han demostrado que los niños con apego seguro desarrollan más interés hacia los pares, son agresivos y tienen menos problemas conductuales.

Por supuesto que no se puede atribuir a una variable inicial determinados efectos posteriores en el desarrollo del niño, porque éste seguirá teniendo la misma familia, aunque el patrón de interacción se vaya modificando en los distintos momentos de la vida. Todo va a depender de las expectativas del cuidador, de su disponibilidad y de su responsabilidad, y se va a relacionar con el tipo de comunicación que se desarrolle con el niño; el resultado es distinto si hay una comunicación abierta, que le permite al niño expresar sus sentimientos negativos y positivos, a si existe un tipo de comunicación limitada, en la que el otro no le permite al niño expresar ciertas emociones, haciendo que éste quede con ciertos aspectos de sí mismo no reconocidos y que, por lo tanto, no va a lograr integrar.

Historia vincular de los padres y transmisión intergeneracional

Mary Main, otra discípula de Bowlby, analizó los vínculos de los padres y describió tres tipos de individuos adultos, de acuerdo al discurso que ellos tienen de sus experiencias infantiles. Así determinó que los padres seguros, autónomos, pueden dar cuenta de su historia vincular en forma coherente, aunque no hayan tenido vínculos satisfactorios, o sea, no se trata sólo de cómo han sido los vínculos del individuo, sino de lo que éste hace con las experiencias que va teniendo en su vida. Lo mismo se aplica al concepto de bonding: cuando se dice que la falta de un vínculo temprano tiene consecuencias catastróficas, hay que recordar que lo más importante es cómo enfrenta cada individuo los desafíos que se le presentan en la vida, o sea, la forma en que se viva ese proceso es lo que va a determinar el vínculo.

Hasta aquí, se ha mostrado que existen niños con un patrón distinto de apego, padres con un comportamiento particular respecto a ese niño y padres con un tipo de historia vincular particular; ahora se puede empezar a hablar de la trasmisión intergeneracional del apego. En un estudio se demostró que en el tercer trimestre de embarazo de la mujer se puede predecir el tipo de apego que va a tener con su hijo al año de edad, a través de una entrevista para adultos que elaboró Main, según sus modelos representacionales y sus vínculos pasados. Esta madre puede tener una historia difícil, pero puede tener la capacidad de elaborar esa historia y de vincularse de una manera distinta con su propio hijo, gracias a su capacidad reflexiva.

La capacidad reflexiva la permitirá a la madre establecer una comunicación libre y, por otra parte, pensar sobre las relaciones que se están desarrollando, intuir el estado emocional del hijo y tener empatía con él, a pesar de tener cierta estructura defensiva ante sus propias zonas de conflicto. En este proceso están en juego dos elementos; uno es la capacidad de empatizar con el niño, que requiere que la madre se identifique o se proyecte con él, proyectando su propia infancia, sus propios estados, para poder interpretar sus conductas; y por otro lado está la capacidad de aceptar la individualidad de ese niño y de entender que si extiende hacia él sus propios conflictos, necesidades y deseos, no va a poder detectar las necesidades y conflictos propios de ese niño. La capacidad empática debe asociarse a la capacidad de evitar la proyección patológica, para que la madre se conecte con el hijo real y no con uno imaginario, tapado con las necesidades y conflictos maternos.

En resumen, para que un individuo exista en este mundo en forma creativa, primero debe tener la experiencia de haber sido visto en su individualidad, y ése es el desafío final de los padres, ser capaces de dejar que se genere esa individualidad. La madre interpreta las señales comunicativas del niño, interpreta lo que éste necesita, le pone significados0a las conductas, pero eso debe acompañarse de la capacidad para responder el llamado del niño a ser reconocido en sí mismo.

La madre “suficientemente buena”

Winnicott establece el concepto de la madre suficientemente buena, término que suele generar rechazo, ya que la madre lo entiende como que ella no es “todo lo buena que debería ser”; sin embargo, Winnicott quiere decir que es imposible ser totalmente buena y que basta con ser suficientemente buena, más aún, esto es lo deseable, porque cada individuo debe vivir y enfrentarse a sus propios desafíos.

Los profesionales de la salud deben reconocer la importancia de este vínculo y darse cuenta de la presencia del otro cuando atienden a un niño, sin olvidar que no deben tratar de enseñarle a la madre aquello que no se puede enseñar, o sea, no pueden enseñarle a ser madre; sólo pueden facilitarle el camino para que haga lo que ella sabe hacer, para que descubra cómo hacerlo. Deben despejarle el camino, en vez de agobiarla llenándola de indicaciones sobre lo que debe hacer; deben tranquilizarla, quitarle la ansiedad y reforzar su confianza en su propia maternidad y en su capacidad para establecer una interacción madre-hijo que permita a ambos sentirse seguros, valorados y libres para expresar emociones positivas y negativas y disfrutar el uno del otro.