Comentarios

← vista completa

Intersecciones entre cambio climático y salud mental: nuevos desafíos para el desarrollo de servicios de atención

Intersections between climate change and mental health: New challenges for the development of care services

Durante los últimos diez años ha aumentado la evidencia sobre las intersecciones entre cambio climático y salud mental, describiendo los mecanismos por los cuales la salud mental poblacional es afectada, exacerbando vulnerabilidades preexistentes. En este contexto, es posible delinear nuevos desafíos para el desarrollo de servicios, para el fortalecimiento de la atención primaria de salud y para el rol de las universidades como actores clave en la generación de conocimiento.

Hablar de salud mental y cambio climático, aún es un campo emergente de conocimiento. No obstante, en los últimos 10 años ha habido un aumento significativo de la producción científica en este ámbito, lo que nos permite acercarnos a comprender su interacción [1]. Asimismo, la pandemia por COVID-19 ha develado el alto impacto para la salud mental de las emergencias humanitarias, contribuyendo con un aumento del 25% en la prevalencia de ansiedad y depresión, e impactando negativamente en las condiciones de vida a nivel global [2]. Esto plantea el desafío de revisar cómo la actual provisión de servicios de salud mental puede dar respuesta a las amenazas globales, cumpliendo con su función de resguardar de manera integral la salud de las poblaciones.

Si nos centramos en el panorama de la salud mental, sin considerar explícitamente los efectos del cambio climático, sabemos que la deuda es grande. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 1 de cada 8 personas en todo el mundo será afectada por un problema de salud mental a lo largo de la vida. En el caso de Chile, eso aumenta a 1 de cada 3 personas. La depresión y los trastornos ansiosos continúan ocupando la principal posición entre los trastornos mentales, siendo dos y tres veces, respectivamente, más frecuente en mujeres que en hombres [3].

Sabemos también que las altas prevalencias en salud mental contrastan de manera dramática con la capacidad de respuesta de los países, con una brecha de tratamiento de entre 76 y 85% para los países de ingresos bajos y medios, y de 35 a 50% en los países de ingresos altos [4]. Este escenario se mantiene y reproduce por un financiamiento deficiente, con un gasto público mediano en salud mental en toda la Región de Las Américas de apenas un 3% del presupuesto de salud [5]. La inequidad en su distribución también se mantiene, con más de un 60% de destinación a hospitales psiquiátricos, en general en sectores urbanos, y con escaso abordaje integral y comunitario.

Cómo señala McMichael, el cambio climático actúa como un contribuyente o un “amplificador de amenazas” [6]. Es así como sus efectos más devastadores impactan a los países y poblaciones más vulnerables, en un desequilibrio entre riesgo y responsabilidad [7,8]. De esta manera, un primer elemento relevante es como el empeoramiento de las condiciones ambientales, efecto del cambio climático y sus consecuencias, interactúa con la histórica postergación del abordaje de la salud mental a nivel poblacional, y también con un sistema de salud afectado por la pandemia.

Un segundo elemento relevante es el conjunto de mecanismos mediante los cuales el cambio climático impacta la salud mental. Estos se han sistematizado en la literatura como mecanismos “directos” o “primarios”, y mecanismos “indirectos”. Los mecanismos primarios se refieren a la exposición directa a eventos naturales extremos, lo cual aumenta el riesgo de resultados negativos para la salud mental. Por lo tanto, el aumento de desastres naturales, olas de calor e incendios forestales, están altamente asociados con el riesgo de trauma, angustia psicológica y con mayor riesgo de presentar síntomas asociados a trastornos mentales comunes, tales como trastornos ansiosos y síntomas depresivos [9,10]. Dentro de los impactos relevantes, los eventos de calor extremo han sido asociados a un aumento en las admisiones de urgencia, y al incremento de riesgo de morbilidad y mortalidad en personas que consumen medicamentos psicotrópicos, debido a la alteración de la termorregulación corporal.

El impacto “indirecto” se refiere a los efectos que el cambio climático genera en condiciones sociales adversas, amplificándolas. De esta manera el aumento de la pobreza climática, el desplazamiento forzado, las situaciones de violencia armada y la inseguridad alimentaria, aumentan el riesgo de desarrollar problemas de salud mental. Dentro de estos mecanismos indirectos, también estarían el impacto de los eventos climáticos crónicos en las condiciones de vida. Por ejemplo, existe evidencia sólida sobre el impacto de las sequías de largo plazo en las economías locales, generando cambios en el estatus económico, con tasas más altas de angustia, trastorno de estrés postraumático, ansiedad, depresión, violencia doméstica y suicidio, especialmente en comunidades rurales [11]. Asimismo, el cambio climático aumenta la inseguridad alimentaria con mayor impacto en las comunidades más pobres, aumentando el riesgo de depresión en niños y mujeres.

Estos impactos plantean nuevos desafíos para los servicios de salud mental, y requieren repensar la planificación y provisión de servicios. Los servicios de base comunitaria, organizados dentro de las redes generales de salud y en contacto estrecho con la comunidad, pueden potenciar los atributos de accesibilidad, oportunidad y adaptación que les permite su distribución en el territorio. Así, pueden promover intervenciones que fortalezcan la resiliencia de las comunidades mediante su participación activa en las acciones de diagnóstico, soluciones de mitigación, preparación, adaptación y recuperación.

En el nivel primario de atención es necesario fortalecer la provisión de intervenciones psicosociales enfocadas a que las personas y grupos desarrollen estrategias de afrontamiento frente a situaciones de alta adversidad. Estas mismas herramientas pueden ser puestas a disposición de grupos específicos como migrantes, comunidades expuestas a la violencia o a la degradación, a cambios de sus hábitats y formas de vida. Asimismo, la protección de la salud debe ir de la mano de la protección social, explorando los resultados de intervenciones que combinen el alivio de determinantes sociales adversas con promoción de resiliencia. Ejemplo de esto, es la implementación de intervenciones de reducción de pobreza o desempleo combinadas con estrategias de adaptación frente a situaciones adversas generadas por el cambio climático. El rol que cumplen los agentes comunitarios como proveedores de apoyo psicosocial en la comunidad puede ser optimizado, mejorando el acceso y el intercambio de necesidades entre las personas y sus centros de salud.

La mejora de la comunicación de riesgos para la salud mental asociada a eventos climáticos extremos, como por ejemplo en las próximas olas de calor, corresponde a una acción que puede ser implementada considerando la evidencia disponible. Uno de los desafíos en este ámbito corresponde a la integración de las estrategias ya existentes, información sobre el impacto en la salud mental y los riesgos para poblaciones específicas.

A nivel de especialidad y urgencias, es necesario fortalecer el conocimiento de los equipos profesionales de salud mental, por ejemplo sobre la interacción negativa y el mayor riesgo en las olas de calor para las personas con medicación psicotrópica. Cabe señalar que la población de principal preocupación son las personas con trastornos mentales severos, quienes mantienen tratamientos farmacológicos de larga data y escaso acceso a la atención primaria de salud. Pero. por sobre todo, es necesario evitar la patologización de los grupos que experimentan malestar psíquico asociado a cambio climático y la degradación de los ecosistemas. De igual forma, se requiere abordar la salud mental de jóvenes, comunidades indígenas y rurales, junto con otros grupos en mayor riesgo. En estos casos se debe evitar la medicalización, y priorizar el acompañamiento de nuevas habilidades, estrategias e intervenciones de mitigación, preparación y adaptación, y acciones de abogacía que promuevan la acción climática como un cuidado a la salud de todos y todas.

Finalmente, el rol de las universidades y centros de estudio es clave para fortalecer la evidencia disponible sobre los impactos del cambio climático en la salud mental, promoviendo mayor énfasis en mecanismos de exposición al riesgo, impactos específicos e intervenciones efectivas a nivel de la comunidad. Con diseños metodológicos que promuevan la participación de diversos actores interesados, que colaboren en repensar servicios de salud mental resilientes, flexibles y receptivos a las nuevas necesidades que los desafíos globales están presentando para la salud de las poblaciones.