Atención primaria

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Adolescencia y familia

Adolescence and the family

Introducción

La reflexión en torno a la familia y el adolescente tiene como objetivo proporcionar algunas ideas sobre cómo se debe trabajar en el campo de la adolescencia. Una buena forma de iniciar este trabajo es imaginar que vamos a sacar una foto de nuestra familia, para lo cual debemos determinar a quiénes vamos a invitar y a quiénes vamos a excluir de este evento, lo que nos obligará a preguntarnos qué es una familia, quiénes la conforman y quién determina esto.

El terapeuta de familia Salvador Minuchin definió a la familia como un grupo natural que, en el transcurso del tiempo, elabora pautas de interacción que en conjunto dan lugar a la “estructura familiar” que rige el funcionamiento de la familia y define una cierta gama de conductas. Las tareas fundamentales de la familia son apoyar la individuación, proporcionando al mismo tiempo un sentido de dependencia, dos tareas que pueden parecer polos opuestos.

Al imaginar la familia, algunas personas incluyen a todos los individuos con los que tienen lazos sanguíneos, legales, adoptados, políticos, e incluso solamente afectivos, mientras que otros incluyen a las personas que viven bajo su mismo techo, cualquiera sea su relación, a los que se cuidan en forma mutua o a los que comparten historias.

A veces se discute si las familias sin hijos son una familia o no, por lo tanto, lo primero que se debe tener claro, es qué se considera una familia normal, que no necesariamente corresponde a la que vemos en la televisión.

En un trabajo efectuado para analizar los motivos de consulta de 127 familias, se encontró, como dato colateral, que casi la mitad de las familias era nuclear, 11 eran extensas, 37, uniparentales, 10 habían sido reensambladas y 12 estaban conformadas por otros parientes. Esta pequeña muestra probablemente representa la realidad de las familias en Chile, por lo tanto, lo que es “normal” en la conformación de una familia reviste un espectro muy amplio.

Ciclo de vida familiar

Las familias recorren a lo largo de la vida un ciclo que comienza con el nacimiento del individuo y continúa a través de los años escolares, la adolescencia, el pololeo, el matrimonio y que se reinicia nuevamente con el nacimiento de los propios hijos. En cada una de estas etapas, que constituyen las etapas normativas o esperadas para cada familia, hay tareas que cumplir.

Por ejemplo, la llegada del primer hijo al colegio es una etapa muy importante para la familia, porque se enfrenta por primera vez a un medio externo a sí misma, el que la pone a prueba y la evalúa a través de los profesores produciéndose tensiones que deben irse resolviendo.

Después viene la etapa de la adolescencia, donde también hay muchas tensiones que enfrentar y que coinciden con la edad media de la vida de los padres y con la jubilación de los abuelos, en este espiral continuo que es la vida de familia.

Las tareas de desarrollo de la adolescencia en la sociedad occidental son diferentes a las de los países orientales. El adolescente debe adecuarse a los cambios físicos que se producen en la pubertad, desarrollar independencia con respecto a las figuras parentales, establecer reglas y formas de relacionarse con personas de su mismo sexo y del sexo opuesto y prepararse para elegir una vocación.

El adaptarse al nuevo cuerpo es una de las grandes tareas del adolescente, ya que su cuerpo crece y de pronto es tan distinto, debiendo presentarse con él en la sociedad. Sin embargo, los mayores desafíos de la época de la adolescencia tienen que ver con el desarrollo paulatino de una filosofía de vida, una forma de vida, una visión del mundo.

Al mismo tiempo, debe desarrollar una identidad que le permita saber quién es, hacia adónde se dirige y qué posibilidades tiene de llegar allí. Los adolescentes no necesariamente rompen con su familia para hacer algo diferente, ya que pueden compartir gustos con sus padres, pero deben ir adquiriendo una identidad propia.

Las creencias de las personas que trabajan con los adolescentes y sus familias también son importantes, ya que en el momento de atenderlos se pueden manifestar muchos prejuicios. Todos hemos escuchado que la adolescencia es “la edad del pavo”, que son imposibles, idealistas, energéticos, llenos de hormonas, etc. Todas estas creencias influyen en nosotros, porque nos “pintan” de alguna manera especial la adolescencia.

Con respecto a la familia, también tenemos nuestras propias creencias, que nos llevan a actuar de una manera determinada. Tradicionalmente, se piensa que la familia es la base de la sociedad, que todos los padres deben sacrificarse por sus hijos, que la madre es el pilar de la familia en la esfera de los afectos y que el padre es el que establece las normas. Estas creencias traspasan muchas esferas de nuestro quehacer. En una unidad asistencial dedicada a atender casos de maltrato infantil hubo problemas con una jueza de menores que tenía la creencia de que la familia debía permanecer unida ante todo. Sus fuertes convicciones hacían que fallara de tal modo que los niños vivieran siempre con sus padres. Los problemas surgieron en los casos en que las familias constituían un peligro para la vida de los hijos. Una creencia arraigada puede impedirnos ver otros horizontes.

¿Por qué trabajar con la familia?

La familia es el principal contexto en el que se desarrollan los niños y los adolescentes, y éstos, especialmente, están en una etapa crítica de formulación de las creencias con las que van a abordar la vida más adelante, de modo que sus problemas van a afectar a los otros miembros de la familia (padres y hermanos). Por eso, las sesiones de familia son indispensables cuando se quiere trabajar con adolescentes.

Lo importante de la terapia de familia, es que en la sesión se despliega la dinámica familiar con toda su riqueza, mostrando en vivo y en directo sus interacciones, que muchas veces son distintas a lo que cada uno cuenta.

Por último, al participar en una sesión de terapia, los miembros de la familia tienen la oportunidad de escucharse unos a otros, cosa que normalmente es difícil de conseguir, ya que en la vida moderna hay muy poco tiempo para dialogar y saber lo que piensan los demás. Por eso, las sesiones de familia con los adolescentes son muy útiles y económicas, en cuanto a tiempo.

Las creencias guían nuestras acciones y nos llevan a abordar de determinada manera los problemas que tienen los adolescentes dentro de la familia. La terapeuta de familia Mary Pipher, en su libro “El refugio de cada uno”, aboga mucho por la familia y postula que a veces los terapeutas debilitan a la familia en vez en apoyarla. Dice que la psicología ha sido bastante “dura” con las familias, ya que con frecuencia se plantea que la familia es la causa de los problemas de sus miembros, sin tener en cuenta la influencia de los medios externos, atribuyendo siempre la mayor responsabilidad a la madre, sea por acción o por omisión.

Todos los profesionales que trabajan con familias y con adolescentes deberían preguntarse siempre si han apoyado lo suficiente a la familia, evitando caer en la tendencia de “psicopatologizar” muchas de las experiencias humanas. Por ejemplo, la tristeza ocasionada por una pérdida frecuentemente se resuelve yendo al médico y tomando remedios, en circunstancias que debiera elaborarse como parte de las experiencias vitales.

En general, la psicología se ha focalizado más en la debilidad de la familia que en sus fortalezas, en las cosas malas que en las buenas, actitud que debiera ser revisada, porque si pensamos que la familia es el contexto más importante para que crezcan los niños, es lógico que hay que reforzarla y no debilitarla. Con frecuencia se cree que lo principal es hacer el diagnóstico de los problemas de las personas, pero los diagnósticos muchas veces no ayudan, sino que sólo sirven para dar un esquema rígido al profesional que trabaja con esa familia, quitándole responsabilidad, en muchos casos.

Existe la creencia de que si el entorno está bien, el individuo también lo estará, y muchas veces se toma poco en cuenta al resto de la familia y se le dice a un adolescente que si está bien, todo estará bien en la familia. Se cree a veces que lo más importante para ayudar a la familia es ser empático y comprensivo, pero la verdad es que a veces, para ayudarlos, hay que cuestionarlos. Además, en psicología existe la creencia de que lo más importante es la terapia y en segundo lugar, las otras actividades de la vida diaria.

Todos los profesionales suelen caer en estos errores; por ejemplo, en los colegios muchos profesores que tienen niños con problemas en el curso, le echan la culpa a la madre.

¿Cómo trabajar con los adolescentes?

Los adolescentes deben ser enfrentados con respeto, genuino interés y con un comportamiento apropiado para un adulto. Muchas veces se piensa que al adolescente le gusta que el médico o psicólogo utilice su lenguaje, pero la verdad es que si ha requerido la ayuda de un adulto es porque quiere, precisamente, un adulto de verdad, no uno disfrazado de adolescente. Lo que necesita es un buen modelo adulto que cuestione y critique su conducta o sus acciones, respetando debidamente su persona.

El adolescente debe ser enfrentado sin temor a explorar temas difíciles, como el del suicidio, por ejemplo, porque muchas veces él requiere que un adulto lo contenga. Además, el terapeuta debe establecer confidencialidad, aunque con ciertos límites. Debe ofrecerle que va a guardar sus secretos, siempre que no se ponga en riesgo a sí mismo o a otras personas, norma que debe quedar establecida al comenzar el trabajo.

La psicóloga María Teresa del Río resumió en la siguiente lista las dificultades que se pueden presentar en el trabajo con adolescentes:

  • Agresividad por parte del adolescente: considerar que el terapeuta es un adulto al que hay que desafiar. En este caso, se requiere mucha paciencia para enseñarle que existe otro modo de relación, en el cual no se responde a la agresividad con agresividad, sino que con respeto.
  • Desconfianza hacia el adulto, especialmente cuando el adolescente ha vivido situaciones que justifican este sentimiento, junto a un estado hipercrítico del mundo adulto, lo que hace que esté pendiente de cualquier incongruencia.
  • Sentimientos de incomprensión, que suelen expresar mediante peticiones ambiguas y contradictorias. Se debe resolver la ambigüedad y aclarar el significado del “no me comprenden”.
  • Padres que no saben qué hacer e inseguros de su rol. Una fórmula para soslayar este problema es revisar las expectativas que tienen estos padres con respecto a sus hijos. La persona que atiende al adolescente puede ser inducido a ponerse en uno u otro bando, al hacerse parte de la tendencia a ver todo blanco o negro. El terapeuta puede sentir que es preciso mediar entre uno y otro en forma continua. Esta “tarea” es agotadora, por lo tanto, hay que explicitar y tratar de evitar esta necesidad.
  • Imposición de límites excesivos a la confidencialidad, por parte del adolescente.
  • El adolescente “aniñado” , que ha sido tratado sin ninguna responsabilidad.
  • El adolescente hiper responsable, que ha sido tratado siempre como un adulto y que se cree capacitado para asumir conductas de riesgo propias de un adulto.

Como reflexión final, es cierto que la perspectiva de trabajar con los adolescentes y sus familias puede generar temor en los profesionales, pero si pensamos que es posible, lograremos muchas satisfacciones.