Cursos

← vista completa

Moderación y forma de vida mediterránea

Moderation and Mediterranean lifestyle

Resumen

Este texto completo es la transcripción editada y revisada de una conferencia dictada en el Simposio Internacional "Dietas Mediterráneas", realizado los días 26 y 27 de octubre de 2001.
Organizan: Proyecto Ciencia, Vino y Salud, Programa Bases Moleculares de las Enfermedades Crónicas, Facultad de Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile. Editor Científico: Dr. Federico Leighton.

Existe toda una tradición filosófica con respecto al concepto de moderación en la filosofía del Occidente, desde Aristóteles hasta Nietzsche. Por otra parte, hay toda una historiografía del Mediterráneo, de la escuela francesa representada en las obras de Fernand Brodelle y Maurice Enard, que desde 1949 vienen elaborando una reflexión sobre el Mediterráneo, en la cual han hecho notar que en ese extraordinario mar, conocido como Mediterráneo, la moderación existe como una forma de vida que da cierto fundamento al concepto de dieta.

Brodelle elaboró el concepto de “la larga duración” en la historia para describir una historia en la que casi no se percibe el movimiento, o que se percibe sólo con un ojo muy fino, y a la que llamó la historia estructural, para contraponerla a la historia episódica. Las dietas deben ser concebidas dentro de un espacio de tiempo muy largo, para que tengan efecto, lo que parece de sentido común: cuando una dieta es muy corta, no es dieta. Por eso resulta tan interesante estudiar las formas de vida que han desarrollado una estructura de larga duración alrededor del Mediterráneo y las organizaciones culturales que están ligadas a esas estructuras permanentes.

Concepto de moderación de Aristóteles

Aristóteles, como en muchos otros temas, marcó el esquema fundamental en este aspecto. En la Etica de Nicómaco, su obra fundamental, le dio un papel central a la moderación y le asignó dos papeles. Un papel de la moderación es ser sinónimo de virtud: ser bueno es ser moderado. Virtud o moderación se entiende entonces como el justo medio, el justo equilibrio entre los dos polos constituidos por el exceso y el defecto. En una ética bipolar, el bien, el valor, lo bueno, se encuentra en el punto de equilibrio entre los dos polos. Esa definición de virtud recorre todo Occidente y hasta hoy se considera que lo bueno es lo equilibrado.

En segundo lugar, Aristóteles hizo una definición estricta y rigurosa de la moderación y la templanza, a la que dedicó un capítulo de su libro de Etica; definió la moderación como el justo medio o el equilibrio, en lo relativo a los placeres corporales, entendidos como tales los placeres del tacto, fundamentalmente venéreo o sexual, y los placeres relativos a la comida y a la bebida. Por lo tanto, el justo medio está en relación con esos placeres. Es curioso que la templanza o moderación se hayan restringido a ese grupo de placeres, habiendo otros en los que también puede desatarse el exceso, pero era en este grupo en el que los filósofos veían el riesgo para la virtud.

Es importante señalar que, para Aristóteles, la virtud de la moderación no supone la supresión de esos placeres, sino su contención o domesticación, y su espiritualización, es decir, su sujeción a una medida. Al griego lo asustaba mucho la hubris o desmesura, es salirse de la medida, y en cambio el equilibrio, lejos del exceso o el defecto, era visto como virtuoso.

Sin embargo, con respecto a la medida o al límite del placer, más allá del cual se produce el exceso, Aristóteles apenas lo menciona, pero da a entender que hay que procurarse simplemente los placeres necesarios, ya que todos gozamos de los manjares, los vinos y los placeres del amor, pero no todos lo hacemos como se debe. Si la persona siente sed y bebe vino hasta que la satisface, está bien, pero si sigue bebiendo hasta emborracharse, entonces cae en el exceso.

Un aspecto importante y a la vez curioso de la teoría de Aristóteles es la distinción que hace entre la templanza propiamente tal y la temperancia, o dicho negativamente, la no-templanza o intemperancia. En el primer caso, el sujeto se excede a sabiendas, pudiendo elegir no hacerlo. En el segundo caso el sujeto cede a la vehemencia de la pasión, porque desea demasiado y no puede contenerse. Aristóteles dice que este sujeto es menos malo, porque su deseo era demasiado fuerte y no pudo contenerse; en cambio, el sujeto que está absolutamente en sus cabales, conoce el riesgo y aun así elige cometer el exceso, cae en la inmoderación, que es más condenable que la intemperancia. Aristóteles fijó estas reglas generales y su esquema sigue vigente hoy.

Santo Tomás de Aquino

Igual que para Aristóteles, la templanza tiene un sentido general, como sinónimo de virtud, y un sentido especial o propio. Es aquella virtud que modera el disfrute de los máximos placeres, de los placeres más vehementes o atrayentes, que son los placeres del tacto: bebida, comida y placeres venéreos.

Llega a esta conclusión, la misma de Aristóteles, no por vía de la opinión común o del análisis de lenguaje, sino por medio de la razón, que le hace comprender que la templanza tiene por objeto moderar los placeres más importantes, porque éstos están ligados a la conservación del individuo, en el caso de la comida y la bebida, o a la conservación de la especie, en el caso de la procreación. La templanza ordena utilizar sólo los objetos necesarios o principales para lograr estos objetivos, cuyo uso lleva consigo un placer inseparable, esencial al acto, (por ejemplo la relación con la mujer, el alimento o la bebida), y descartar los objetos secundarios que se añaden para aumentar el placer, más allá de lo necesario: por ejemplo, los adornos en la mujer y el buen sabor y olor en los manjares. Curiosamente, según su biografía, Santo Tomás era un hombre gordo, muy aficionado a la comida.

Por lo tanto, la templanza tiene como objetivo principal moderar el placer del tacto, permitir el uso de la cosa necesaria y, secundariamente, evitar todo aquello que, estimulando los otros sentidos (visión, gusto y olfato), contribuyese a aumentar el deleite del tacto.

Tanto Aristóteles como Santo Tomás ordenan la restricción y consideran que las delicias y los deleites radican principalmente en la sustancia del alimento, para horror de los gastrónomos y los chefs, y sólo secundariamente en el sabor exquisito y preparación de los manjares. El placer del sabor es un sobreañadido; en cambio, el placer del tacto sigue necesariamente a la comida y a la bebida. Por ejemplo, en el caso de la sed, el placer está en el contacto del agua o del vino con la garganta, pero el uso de los otros sentidos, como el olfato o la vista para catar, sobrepasan la necesidad, porque lo esencial está nada más que en el tacto y, por lo tanto, si se usan se comete un exceso.

Un elemento común a Santo Tomas y Aristóteles es considerar que el vicio proviene del exceso, de la inmoderación y el desenfreno: eso es lo que les preocupa. Al vicio que viene del defecto le dedican apenas un párrafo, porque consideran que ese vicio es inconcebible. La insensibilidad, que es la incapacidad de sentir y de apreciar, no se considera como una amenaza; la razón y la virtud aparecen amenazadas por el exceso, no por el defecto, y esta es una gran falla en la concepción de estos filósofos.

Friedrich Nietzsche

La crítica que Nietzsche dirige a la moral cristiana es bastante conocida. La considera como una moral de esclavos, surgida del resentimiento por la propia debilidad frente a la fuerza del otro, que lleva al individuo a reprochar como moralmente mala la posesión de todo lo que él no posee, los dones de que carece, los riesgos que no se atreve a correr, los placeres que es incapaz de compartir. Esa es la gran crítica nietzscheana a la moral cristiana.

Sin embargo, aunque parezca paradójico, Nietzsche no modifica sustancialmente los términos clásicos con que se trata la moderación. De hecho, es una de las virtudes que conserva dentro de su ética, pero desarrolla el concepto de dos moderaciones, la moderación del débil, que es moderado porque no se atreve a ser inmoderado, basada en la moral del resentimiento, y la moderación del fuerte.

La moderación del débil es objeto de una serie de críticas de Nietzsche. La considera una virtud negadora, privadora, empequeñecedora, que sólo dice que no, que apuesta contra la vida y cuya versión más característica y clásica es la prescripción abierta o encubierta, la supresión y dominio de las pasiones, la negación del deseo. Nietzsche es muy enfático en rechazar la moderación de Tomás de Aquino, haciéndola sinónimo de mediocridad, debilidad y enfermedad.

Una segunda objeción es que la considera de un carácter muy abstracto, muy general, que es por lo tanto una virtud niveladora, masificadora. Esta quizá sea una objeción injusta, ya que tanto Santo Tomás como Aristóteles hablaban de un justo medio no abstracto o general, sino de un justo medio que cada uno debía encontrar para sí, donde estuviera su centro, su equilibrio. “La virtud es la salud del alma”, no El alma.

La tercera objeción es concebirla como una moral del miedo, del temor, de la peligrosidad. Esta objeción es válida, ya que al leer a Santo Tomás da la impresión de que está escribiendo aterrorizado porque una cantidad de personas va a caer, en cualquier momento, en un desenfreno absoluto. Es una teoría ética que está tratando de contener, pero que lo hace desde el horror, desde el temor ante la posibilidad del desenfreno. Un exégeta muy conocido de Santo Tomás refiere que al leer su obra siente a ratos una atmósfera terrorífica.

En cambio, Nietzsche elabora una moderación que no es para el hombre débil, enfermo o temeroso, pues no se elabora desde la debilidad, sino desde la fortaleza. En “El hombre que ha dominado sus pasiones”, Nietzsche escribe: “el hombre que ha dominado sus pasiones ha entrado en posesión del suelo más fecundo, del mismo modo que el colono que se ha adueñado de los bosques y de los pantanos. Sembrar en el terreno de las pasiones vencidas las semillas de las buenas obras espirituales es la tarea más urgente e inmediata”.

Historiografía de Brodelle
Brodelle fue un gran estudioso de la historia del Mediterráneo. Cito: “¿Qué es el Mediterráneo? Mil cosas a la vez; no un paisaje, sino innumerables paisajes; no un mar, sino una sucesión de mares; no una civilización, sino civilizaciones amontonadas una sobre otra. Viajar por el Mediterráneo es encontrar el mundo romano en el Líbano, la prehistoria en Cerdeña, las ciudades griegas en Sicilia, la presencia árabe en España, el Islam turco en Yugoslavia, es perderse en lo más hondo de los siglos hasta las construcciones megalíticas de Malta o las pirámides de Egipto, es encontrar cosas muy viejas, pero todavía vivas, que se codean con lo ultramoderno: al lado de Venecia, falsamente inmóvil, la inmensa aglomeración industrial de Mestre y junto a la barca del pescador, que sigue siendo la de Ulises, la nave devastadora de los fondos marinos o los enormes petroleros. Es sumergirse en el arcaísmo, en los mundos insulares, y asombrarse ante la extrema juventud de ciudades muy viejas, abiertas a todos los vientos de la cultura, y ante la ganancia económica de los que desde hace siglos vigilan y se comen el mar.”

Para Brodelle, lo esencial del Mediterráneo es su diversidad, que constituye a la vez un conjunto. Uno de los elementos centrales de esa unidad o conjunto está señalado en su libro “El Mediterráneo en época de Felipe II” y en otros libros sobre el Mediterráneo, y es el clima, que obviamente es un elemento de larga duración. Muchas cosas han cambiado, pero el clima se ha mantenido como un elemento estructural y también es moderado, aunque su moderación, al igual que la virtud de Aristóteles y Santo Tomás, se produce por el equilibrio entre el supremo calor, seco y por lo tanto hostil a las plantas, y el frío, que son las estaciones extremas que se dan dentro del Mediterráneo. En esa bipolaridad se produce un encuentro, un equilibrio. Es un elemento de moderación, ya no filosófica, sino cultural.

Otro elemento de ecuanimidad es la cadencia entre abundancia y escasez. Existe la imagen del Mediterráneo como un lugar de mucha abundancia, pero Brodelle y sus seguidores han puesto mucho énfasis en las privaciones y falencias propias de la economía agrícola, frente a un mar de riqueza moderadamente abundante, lo que impone necesariamente a las poblaciones que lo bordean, especialmente las costeras del sur, una sobriedad que nace de un razonamiento involuntario. Las personas desarrollan necesariamente la virtud de la moderación, transformando la necesidad en virtud.

Otro elemento que analiza Brodelle es la luz, que se da en cierta época del año con una abundancia extraordinaria y obliga a desarrollar formas urbanas adecuadas. Así, la casa mediterránea tiene ciertas características que le otorgan protección frente a la abundancia de luz en una época del año y le permiten al habitante acogerse a la sombra, y así nacen la arcada, el pórtico y los aleros, elementos que constituyen formas de moderar.

Un elemento importante es la bipolaridad pública/privada, que hace que las ciudades se estructuren de determinada forma. Durante siglos, la bipolaridad pública/privada determina que, en todas las ciudades que bordean el Mediterráneo, lo central sea la plaza, el ágora o los distintos nombres que va tomando, que es un punto que está en el centro, nuevamente equilibrado, equidistante entre el lugar de reposo cerrado que es la casa, y la calle, que es el punto más extremo en lo público. La combinación de momentos de ocio con momentos de trabajo, en la forma y estructura de la vida mediterránea, se combina en esta bipolaridad cuyo centro sería la moderación. Se combina el ritmo monótono y regular del trabajo con el ritmo pausado del ocio e incluso se introduce un elemento de ocio en el trabajo que se ve en la típica forma de negociar del Mediterráneo, que es un negociar lento, en que se discute y se regatea, y que, para una mentalidad americana o sajona, parece una pérdida de tiempo o un mal rendimiento, pero es porque el ritmo del ocio se traspasa al ritmo del trabajo.

Moderación sapiencial

La moderación sapiencial, que ha ido surgiendo a lo largo de los siglos en el Mediterráneo, tiene tres elementos básicos:

La educación de la sensibilidad
Es necesario aprender a sentir, lo que exige ante todo abrir los órganos de la percepción y aprender a percibir los múltiples estímulos que les llegan. Hay que aprender a apreciar los infinitos matices de color, aroma, luz y oscuridad, sonido, textura. Nuestra época, lejos de ser la época del desenfreno y la sensualidad, es la era de la insensibilidad, el agotamiento y la atrofia de los sentidos. En el libro “Viaje por Italia” de Jean Juneaut el autor se sorprende por la extrema delicadeza en el goce de los placeres, tan lejos del desenfreno, que encuentra en esa civilización, que aprecia el simple goce de un café en el frescor de la noche o de la conversación en una terraza. Obviamente, esto supone interrumpir el ritmo frenético del trabajo y hacer una especie de abominación a la premura.

La contención
Consiste en el deliberado y lúcido atesoramiento de los placeres y goces, su espera, modulación y reserva. Este es acaso el lado negativo de la moderación. Supone reconocer que hay momentos y circunstancias de abundancia y otros de suma escasez; en los primeros es necesario retener, atesorar, pero no como una represión inconsciente ni con un ánimo egoísta, calculador o hipócrita, sino en función del momento en que se ha de entregar, prodigar y repartir lo guardado. La moderación siempre exige una disciplina, una gimnasia.

La entrega
Finalmente, está el don, que es la disposición abierta a que lo atesorado se regale, se dilapide, se entregue, y que el goce atesorado, presentido, preparado y saboreado se actualice y se gaste. Estos dos aspectos se dan en los naturales vaivenes de la vida, en los distintos tiempos y oportunidades que nos visitan, y que premian al que sabe guardar en uno para disfrutar en los otros. Y no sólo se trata de regalarse a sí mismo, sino a los demás también, puesto que la moderación, en este enfoque sapiencial, está íntimamente conectada con la amistad y con el desarrollo de una sociabilidad a la vez rica y selectiva, en la cual los afectos se toman muy en serio, se rechazan los fingimientos y se cultivan la conversación y la gratitud.